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Estuvo la señora de Jáuregui un ratito haciendo cuentas, estirado el labio inferior, la cabeza oscilando como un péndulo y los ojos vueltos al techo, hasta que salió una cifra, de la cual Maximiliano no se hizo cargo.

El silencio le llenaba los oídos con un gran eco vago. De pronto, pasmada, vio brillar en el aire un crucifijo; encima, una blancura fue tomando forma de dos manos juntas; asomó la palidez de una frente, ¡la cara de la abuela mística! Era su estatura extrañamente alta y traía un largo vestido diáfano. De sus manos juntas colgaba oscilando el crucifijo.

De Joaquinito Orgaz, el flamenco que andará buscándote por todas partes. Es chusco ¿eh? Obdulia meditó y al fin rió a carcajadas. «Era chusco en efecto». Se había sentado sobre la cama de la difunta. Los pies de la viuda se movían oscilando como péndulos. Se veía otra vez la media escocesa. Ahora se veían dos. Obdulia suspiró.

Hubo momentos en que con el grande estrépito de arriba, parecía que retemblaba el techo de la sala, y que la pobre muerta se estremecía en su caja azul, y que las luces todas oscilaban, cual si, á su manera, quisieran dar á entender también que estaban algo peneques. Las luces siguieron oscilando y moviéndose mucho, á pesar de que no entraba aire en la habitación.

El sombrero de Adela era ligero y un tanto extravagante, como de niña que es capaz de enamorarse de un tenor de ópera: el de Lucía era un sombrero arrogante y amenazador; se salían por el borde del costurero las cintas carmesíes, enroscadas sobre el sombrero de Adela como una boa sobre una tórtola: del fondo de seda negro, por los reflejos de un rayo de sol que filtraba oscilando por una rama de la magnolia, parecían salir llamas.

Cuando se habló del robo en la taberna del Arco Iris y fuera de allí, en la buena sociedad la balanza siguió oscilando entre la explicación racional basada en la caja de yesca y en la teoría de un misterio impenetrable que ponía las pesquisas en ridículo.

Y era tanta la ligereza, la volubilidad de su divagación, que le pareció subir oscilando, suavemente, como la Virgen, bajo una claridad de gloria. La trajo a la realidad, de pronto, un gemido de Raquel. Acudió corriendo, sobrecogida por una compasión inenarrable. Encendió la luz.

Su brazo, que no debía de tener más que el hueso seco, se extendía oscilando con lúgubre cadencia. Su mano empuñaba una rama de acacia, para espantar con ella las moscas que molestaban a Nazaria. Gracián y el otro clérigo se sentaron después de saludar a la enferma con mucho interés.

En las historias de la época, tales como las de Herrera, Cabrera de Córdoba, Argensola, Babia; en los diccionarios biográficos ó bibliográficos, agregando á los ya citados los de Baena, Latassa, Moreri, Didot, Bouillet, Michaud, se encuentran conceptos varios oscilando entre estos extremos.

Y volaba por los salones recorriendo la larga crujía para llegar hacia la parte del archivo, donde había sonado el grito horrible.... El velón, oscilando más y más en su diestra trémula, proyectaba en las paredes caleadas extravagantes manchones de sombra.... Iba a dar la vuelta al pasillo que dividía el archivo del cuarto de don Pedro, cuando vio.... ¡Dios santo!