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Tablas y la señora Nazaria están, según parece, en muy buena posición. El fenómeno no dijo nada, y siguió subiendo. Parecía subir con un solo pie. Al llegar arriba detúvose para tomar aliento. Sin duda no respiraba más que con un pulmón. ¿Se ha cansado usted, caballero? No tal... piso tercero.

Se reconciliaron. El aceite juntó su pringosa suavidad con la acritud astringente del vino, y batidos y juntados sellaron el pacto, cuando los dedos gordezuelos de Nazaria vendaban aquella frente merecedora del yugo para tirar de un arado.

Gracián procuró animar con palabras consoladoras a Nazaria, exhortándola a desechar su infundado temor, y después de reiterar a Tablas la súplica que le hizo poco antes, salió de la casa escoltado por las moscas.

Viendo que la furia de uno y otro se aplacaba poco a poco, los vecinos se fueron retirando. Se incomoda uno por cualquier majadería murmuró López, dejando que Nazaria le aplicase el pañuelo a la frente . Cuando uno va a reparar ya ha hecho una barbaridad... y hombre perdido. Le hablan a una con malos modos, y a una se le sube la mostaza a la nariz, y allá te vas lengua.

Nazaria no gastaba en liviandades, pero en lujo y ruinosos caprichos.

Dignos de lástima eran aquellos dos seres, pertenecientes a la clase más numerosa y más compleja del país, por la confusión de vicios y virtudes que en ella había; pero Nazaria merecía más que su cómplice la compasión, porque valía un poco más, valiendo muy poco.

Y se echó a dormir. Padre Carantoña dijo Nazaria al despedir al fraile . Hágame un favor. Si ve a Rumaldilla en la tienda o jugando en la calle, dígale que suba. Aquella tarde sintiose la insigne carnicera bastante molestada de la dispepsia que padecía. Hallábase en disposición de abofetear a todo el género humano, porque las malas digestiones exacerbaban su carácter agrio y despótico.

Dígolo porque ya las pagó todas juntas. También se ha muerto la Fraila. Nazaria cerró los ojos, no pudiendo cerrar los oídos. Pero el atleta se volvió a Maricadalso, y a boca de jarro le disparó estas palabras: Y tu hija, Maricadalso, tu hija Ildefonsa, iba ahora con un cántaro de agua por la calle de la Paloma, y se cayó en la calle, diciendo que se moría....

Ambos establecimientos eran, al parecer, de un mismo dueño: el pequeño tenía una puerta a la calle y el grande dos. Es en la tienda de al lado dijo el buñuelero sin urbanidad ; pero se puede entrar por aquí. Pase usted, caballero.... Señá Nazaria, aquí preguntan por usted. Cuando la naranja se vuelva limón.

Nazaria agradeció mucho la visita y estuvo quejándose durante diez minutos, dando cuenta prolija de los distintos dolores que sentía, en partes diversas, los unos afilados como cuchillos, los otros duros como pedradas, y algunos múltiples y horripilantes como el rasgar de una sierra. Después calló.