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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Bajaban de Beausoleil, subían de La Condamine, llegaban del peñón de Mónaco. Por primera vez después de cuatro años, se iluminaban de arriba á abajo las fachadas del Casino, de los hoteles y cafés. La plaza estaba repleta de gente. Todos parpadeaban deslumbrados, después de la larga noche en que les había tenido sumidos la amenaza submarina.

En las otras tribunas, poco antes repletas de curiosos para contemplar el pugilato de primera hora, sólo quedaban los forasteros, mirando abajo con expresión de asombro, deslumbrados por los fantásticos trajes de los maceros y con el propósito firme de no moverse hasta que los despidieran.

Llamó de pronto su atención el silencio con que el príncipe y Castro escuchaban á Novoa, y fijó en éste sus ojos de visionario todavía deslumbrados por el revoloteo áureo de la Quimera. También el sabio hablaba de millones de millones, de cifras que no podía abarcar con palabras y detallaba repitiendo uno tras otro docenas de ceros. Sonrió Spadoni con desprecio.

Las dos mujeres callaron, consternada y atónita la joven, aburrida la vieja. Como había pasado algún tiempo desde su llegada al término de la caverna, los ojos de entrambas comenzaron a distinguir confusamente la silueta del gran disco de madera, que trazaba figura semejante a las extrañas aberraciones ópticas de la retina cuando cerramos los ojos deslumbrados por una luz muy viva.

Tengo una idea demasiado elevada de la comunidad de impresiones que pueden unir a un hombre y a una mujer, para transformar nuestra joven amistad en un juego imprudente. No... no... no le permito nada todavía. Además, en este momento, casi no lo escucho, tengo los ojos deslumbrados; nada profano llega al fondo de mi pensamiento; la hermosura de este cielo me absorbe por completo.

Eran diamantes tan enormes que hacían dudar de su autenticidad, esmeraldas del tamaño de guijarros, amatistas, topacios y perlas, muchas perlas, a centenares, a miles, caídas como granizo sobre las vestiduras de la Virgen, Los forasteros admirábanse ante esta opulencia, deslumbrados por su enormidad, mientras Gabriel, habituado a la visita diaria, lo miraba todo fríamente.

Así pasábamos días enteros contemplando el mar, viendo adelgazarse o engrosar la línea de tierra en la lejanía, midiendo la sombra que giraba alrededor del mástil como en torno de la larga aguja de un cuadrante, lánguidos por la pesadez del día y el silencio, deslumbrados por la luz del sol, privados de conciencia y, por decir así, invadidos de olvido por aquel prolongado columpio sobre las aguas encalmadas.

Las calles de Munich producíanme un extraño efecto al salir de allí con los ojos deslumbrados por todos aquellos reflejos de laca y jade, por los chillones colores de los mapas geográficos, especialmente los días en que el coronel me había leído una de aquellas odas japonesas de una poesía casta, sublime, tan original como profunda.

Su inocente sonrisa, su frente soñadora, toda su persona, en fin, recordaba el antiguo lied del minnesinger Erbart, cuando dice: «He visto pasar un rayo de luz, y mis ojos se hallan aún deslumbrados... ¿Era una mirada de la Luna a través del follaje?... ¿Era una sonrisa de la aurora en el fondo de los bosques?... No... Era la hermosa Edit, mi amor, que pasaba... La he visto, y mis ojos se hallan aún deslumbrados

Figuráos la recepcion del enviado de Constantino al califa An-nasír. Al verse introducido el griego en el magnífico salon, no acierta á disimular su asombro: los de su comitiva le siguen deslumbrados y confusos al acercarse al poderoso sultan que llena con su noble magestad el trono.

Palabra del Dia

condesciende

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