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Todas estas cosas se las contaba la gorda Lucrecia al tuerto Alejandro en un lenguaje bárbaramente desleído en una tintura medio guachinanga, medio tlascalteca, señal evidente de que la hembra de los Bermúdez Peleches hablaba ya en mejicano como los jándalos montañeses hablan en andaluz.

Pero da por sentado que el público madrileño conoce las más salientes de ellas y presume las restantes; y a esto se atiene para considerar ocioso un trabajo más desleído, porque valor y resolución la sobran para echar a la calle todas esas barreduras de su conciencia.

¿Habría zalamera semejante? ¡Enfadarse Leto por tan poca cosa, cuando sería capaz!... Pidiérale ella que bebiera hieles para quitarla una pesadumbre, y hieles bebería él tan contento, y rescoldo desleído. No se atrevió a decírselo tan claro; pero como lo sentía, algo la dijo que sonaba a ello y le valió el regalo de una mirada que valía otra zambullida.

Ardíame la sangre que momentos antes era hielo desleído; zumbábanme las sienes, y el corazón no me cabía en el pecho; abrí otra vez los ojos, y tuve que cerrarlos de repente, porque los sentí deslumbrados por las mismas llamas infernales que me abrasaban el rostro.

Tenemos, pues, un kilómetro cúbico lleno de este fluido tenue, desleído en el aire como perfumes o efluvios. Mi linaje de silfos respira, pues, el fluido tenue de que he hablado. Con las moléculas del aire hacen los silfos mil primores, y hasta juegan cuando son muchachos, disparándolas por medio de enormes cerbatanas.

En los periódicos elegantes no cabían las listas de tantas y tantas ropas, de tantas alhajas, de tantos muebles, de tantos caprichos de arte, comprado esto, regalado lo otro, tanto en París, cuanto en Viena; aquello, de Florencia; de Londres, lo de más allá; de Bruselas, los encajes; del mismísimo Japón y del propio Sevres, las porcelanas; de Bohemia, la cristalería de color; de puro rocío cuajado, la de mesa; lo que costaba el traje de novia, blanco como los ampos de la nieve; lo que podría comprarse, para avío de dos docenas de familias mal acomodadas, con lo que valían las joyas y el trousseau que regalaba el novio, sin contar con otro tan lucido que acababa de recibir «la hermosa prometida», como regalo de sus padres... Todo lo fisgoneaban, todo lo sabían y todo lo conocían por adentro y por afuera, por arriba y por abajo, los diligentes revisteros, y de todo escribían sin tregua ni descanso, sin calo ni medida, mojando la áurea pluma en «ámbar desleído» y sahumando el papel con nubes olorosas de mirra y algalia del Oriente.

La misma grande semejanza con las de Lope se echa de ver en todas las comedias del poeta ecijano: las fuentes, unas; iguales los procedimientos; igualmente rica la dicción; análogo el nervio en lo dramático; parecidísimas las gracias en lo festivo, e idéntica en ambos la propensión a avalorar lo propio entreverándolo con todos los elementos del folklore nacional; aquí, con la conseja vulgar y la tradición legendaria; allá, con el refrán hábilmente desleído y glosado en cuatro o seis versos; acullá, con la vieja cancioncilla histórica, que siempre, por lo grata, parece nueva a los oídos españoles; y en otro lado, en fin, con el sabroso cuentecillo popular, picante sin demasía.

-Lo que decir -dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno; y debía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa. -No sería eso -respondió don Quijote-, sino que debías de estar romadizado, o te debiste de oler a ti mismo; porque yo bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.

Al día siguiente de recibir la carta, muy temprano, el Magistral salió de casa, fue al Paseo Grande, buscó un lugar retirado en los jardines que lo rodean; y sin más compañía que los pájaros locos de alegría, y las flores que hacían su tocado lavándose con rocío, volvió a leer aquellos pliegos en que Ana le mandaba el corazón desleído en retórica mística.