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Escucha con una angustia creciente, hasta que su cabeza se llena de un zumbido que murmura, que estalla como una risa aguda... Un horrible sentimiento de odio y de envidia se despierta en él de repente; con una risa feroz, arroja lejos el vaso, que se rompe en medio del cuarto. A la mañana siguiente, Juan está lleno de vergüenza. Todo eso le parece un mal sueño.

Al fin se cansó de este zumbido de colmena en desorden, y sacándose de la oreja el microfónico aparato, quedó envuelto en un dulce silencio, estremecido apenas por lejanos é indefinibles murmullos. Se iba adormeciendo Gillespie, cuando le estremeció un gran ruido de muchedumbre, haciéndole volver á la realidad.

Reinaba, pues, silencio, aunque no podía evitarse el zumbido particular que origina la aglomeración de gente en un sitio, producido por el roce de los pies, el movimiento de los cuerpos, y sobre todo por las frases reprimidas que en tono de falsete dejaban caer los unos en los oídos de los otros.

Durante las pausas de la orquesta surgía el sordo y lejano rodar de las hélices levantando un zumbido de espumas; luego, de tarde en tarde, el lento badajeo de la campana anunciando el paso del tiempo, ó el grito del vigía acurrucado en el «nido» del palo mayor, revelando su vigilancia con una melopea igual á la del muecín en lo alto de su minarete.

Nunca ha sido tan intrépido el estilo de Pereda, tan grande la fuerza plástica de su lenguaje, y ese raro poder de asimilación que Dios le concedió para que se hiciera íntimo de todo hilo de luz, de toda hebra de maíz, de todo zumbido de insecto, de todo rielar del agua. Hay que remontarse a Teócrito para encontrar idilio tan bello y humano como el rústico idilio de Pedro Juan y de su amada.

Los banderilleros y picadores, pobres diablos que iban a exponer su vida lo mismo que los maestros, apenas levantaban con su presencia un leve murmullo. Sólo los aficionados fervorosos conocían sus apodos. De pronto, un prolongado zumbido, un nombre repitiéndose de boca en boca: ¡Fuentes!... ¡Ese es el Fuentes!

Sobre el zumbido confuso y monótono que producían los miles de conversaciones sostenidas a la vez en toda la plaza, destacábanse los gritos de los vendedores sin puesto fijo, agudos y rechinantes unos, como chillido de pájaro pedigüeño, graves y foscos otros, como si ofreciesen la mercancía con mal humor.

Mientras los del centro hacíamos lo que habéis oído, allá por la izquierda, en esa tierra llana que tenemos a este lado, la caballería cargaba portentosamente al mando de Lannes y Murat. Francamente, rapaces, de esto poco os puedo hablar, porque caí herido: por un buen rato se me pusieron telarañas ante los ojos, y mis oídos no percibían sino un vago zumbido.

A este primero, siguió casi al mismo tiempo un segundo cañonazo, que cubrió a los defensores de hielo pulverizado, con un zumbido terrible. Materne, al oírlo, no pudo menos de bajar la cabeza; pero en seguida se puso derecho, exclamando: ¡Venguémonos, hijos míos!... ¡Aquí están!... ¡Vamos a vencer o a morir!

A sus pies, en el atrio estrecho y corto, de resbaladizo pavimento de piedra, cerrado por verja de hierro tosco y fuerte, se agolpaba una multitud confusa, como un montón de gusanos negros. De aquel fermento humano brotaban, como burbujas, gritos, carcajadas, y un zumbido sordo que parecía el ruido de la marea de un mar lejano.