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Truhan por excelencia y amable y meloso, el barbero contemporáneo os hará reir, os hablará de teatros, de las corridas de toros, del ministerio y las Córtes, de las muchachas bonitas, y sobre todo de las vidas ajenas.

Las bárbaras gentes del Norte salieron por pura ambicion de sus casas, i por pura valentia se hicieron señores de las ajenas. Todas las fuerzas que intentaban vanamente atajarles el paso, duraban ante ellas lo que un pequeño torbellino de polvo ante un viento recio é impetuoso.

Los Reyes... no debieron salir de aquí... no servían para el mundo; bien se vio.... Yo, el último, ¿qué soy? Un miserable, un ignorante, que no ha ganado en su vida una peseta, que sólo sabe gastar las ajenas. Un soñador... que creyó algún día llegar a ser algo de provecho a fuerza de sentir con fuerza cosas raras y de las que ni siquiera se pueden explicar. ¡A esto vino a parar la raza!».

A partir de aquella noche, no hubo trapero literario de los que surten de majaderías propias y ajenas a los teatros de último orden, en cuyas cavilaciones no entrasen como elemento dramático los encantos corporales de Cristeta.

Como el señor vicario posee la rarísima cualidad en un lugareño, de no ser amigo de contar vidas ajenas ni lances escandalosos, de nadie tiene que hablar sino de la mencionada mujer, a quien visita con frecuencia y con quien, según se desprende de lo que dice, tiene los más íntimos coloquios.

Estas y otras muchas reflexiones, las cuales no expongo todas, por ser siempre mucho más lo que callo que lo que digo, me movieron a ser periodista; pero no como quiera periodista, atenido a sueldos y voluntades ajenas, sino periodista por y ante . Dicho y hecho, concibamos el plan.

11 Porque multiplicó Efraín altares para pecar, tuvo altares para pecar. 12 Le escribí las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas. 13 [En] los sacrificios de mis dones sacrificaron carne, y comieron; no los quiso el SE

Parece faltarles el pulimento final de la educación, las formas cultas que sólo se adquieren por un largo comercio con ideas ajenas a la preocupación de la vida positiva.

Con tantos alardes de perfección moral y aquella monomanía de prácticas religiosas, no se podían sufrir sus rasgos de genio endemoniado, su fiscalización inquisitorial ni menos sus ásperas censuras de las acciones ajenas. Pasaban meses sin que ella y su marido cambiasen una sola palabra.

En efecto, la quinta del conde de Lemos era una hoguera. Oblíganme dijo Quevedo , malo me hacen culpas ajenas; la maldición me sigue; pero pica, Juara, pica, que me importa llegar á Madrid cuanto antes. Pero calla, que oigo los cuartos de un reloj da la villa que nos trae el viento. ¡Las nueve! dijo Juara. Pues pica largo, y gracias que aún están abiertas las puertas; enderecemos á la de Segovia.