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Al castillo de Ceyssat, de Ceyssat.... Parece que hay liebres y corzos a puñados, a puñados... y en el castillo se pasa bien; hay mucha gente; diez y ocho huéspedes.

Hacía una hora que el padre y los hijos se hallaban sentados en el tronco cortado de un árbol, a la orilla del río, el ojo alerta y los pies en la nieve, como al acecho. De vez en cuando el anciano decía a sus hijos: No cómo tiritan tanto allá abajo. Nunca he visto una noche tan templada en este tiempo; es una noche de corzos; los arroyos no están siquiera helados.

En la casa había jardín, y además un desmesurado corralón, donde, para mayor recreo y gala, no se encerraban sólo gallinas y pavos, sino, en apartados recintos, venados y corzos traídos vivos de Sierra Morena, y por último, amarrado a fuerte cadena de hierro, por temor a sus travesuras y ferocidades, un enorme mono que había enviado de Marruecos un capitán de Infantería, primo del señor.

Había dado el mismo nombre a otro de sus canes, pero ¡qué valía éste comparado con aquél, del que hablaban con asombro los guardas y era la pesadilla de los altos empleados de El Pardo!... Saltaba el Mosco a media noche las tapias, sin otro acompañamiento que Puesto en ama, y se escondía junto a los arroyos, en los remansos donde bebían los corzos. El que se aproximara podía darse por muerto.

Los gazapos reales dormíanse en sus madrigueras, resignados de antemano a que les despertase la sangrienta dentellada del hurón; los corzos, al beber en los arroyos a la luz de las estrellas, se mugían a la oreja: «Mucho ojo, hermanos; el Mosco debe de andar cerca...» Un perro suyo, apodado Puesto en ama, había sido tan famoso por lo temible, que, al matarlo los guardas en un encuentro, lo llevaron en triunfo a la administración de El Pardo, y allí le guardaban empajado y con ojos de vidrio, como una curiosidad del real sitio.

Después de andar inútilmente bastante tiempo, y ya bien mediada la tarde, echamos un rebaño de nueve corzos. Ni ella ni yo, por haber disparado con precipitación, conseguimos tocar á ninguno. El conde esperó con calma que estuviesen cerca y dejó dos muertos de dos disparos. La impasibilidad con que este hombre lo ejecuta todo es para sorprender á cualquiera.

Entre las jaras, tarajes, lentiscos y durillos, en la espesura de la fragosa sierra, a la sombra de los altos pinos y copudos alcornoques, discurren valerosos jabalíes y ligeros corzos y venados: por toda la feraz campiña abundan la liebre, el conejo, la perdiz y hasta el sison corpulento, y toda clase de palomas, desde la torcaz hasta la zurita.

El grande y fuerte Toribión escucha estas palabras y sin responder abandona prontamente aquel sitio y se precipita al paraje en que Celso peleaba con gloria imperecedera. Delante de él huían los mozos de Entralgo y Villoria como los corzos al aproximarse el cazador.

A Francisco se le ocurrió que él había sido siempre un gran tirador; se consagró a la caza y perseguía corzos, jabalíes, y hasta con el oso, las pocas veces que se le presentaba, se atrevía. Una tarde de invierno vio Paula llegar a la aldea cuatro hombres que conducían a hombros el cuerpo destrozado de su marido en unas angarillas improvisadas con ramas de roble.

Catalina, que se había acercado al grupo, oyó decir: ¿Entonces, usted cree que no es posible bajar por ninguna parte? No, Juan Claudio, no hay medio respondió Brenn ; esos bandidos conocen el país a fondo; todos los senderos están interceptados. Mira; ¿ves el manchón de los Corzos, a lo largo de esa charca? Nunca han tenido los guardas la idea de observarlo; pues el enemigo lo tiene bien guardado.