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En cambio, los rumores que desde adentro se percibían lejanos y con intermitencias, desde allí resultaban continuos, más acentuados y más próximos. Debía producirlos el río despeñándose a corta distancia de la casona. A este murmurio incesante que casi era bramido ya, servía de fastidioso acompañamiento el golpeteo de la lluvia, vertida en el suelo por las canales del tejado.

Se hizo la obscuridad; una obscuridad poblada de suspiros y misteriosos rumores. Una hora después, cuando el silencio era absoluto, sonó quedamente la voz de Freya. Recapitulaba lo que no se habían dicho, pero que los dos pensaban á la vez. La doctora cree que debes quedarte. Deja que tu buque se marche con ese fauno feo que sólo sirve de estorbo.

No había fuego, ni eran aquellas horas.... Hubo gritos, llantos y trastos por el aire. El Magistral, gracias al silencio de la noche, oía vagos rumores de la reyerta, que se alargaba, como si no hubiera sueño en el mundo. A él se le cerraban los ojos, pero no sabía qué fuerza le clavaba al balcón.... Aborrecía en aquel momento a Celestina.

A la siniestra mano extendíase el bello jardín de los muertos, con sus anchas columnatas y sus calles de nichos vacíos. Quizá un ruiseñor cantaba entre las ramas de un ciprés religioso y sombrío como una elegía. De la honda paz de la tierra tal vez surgían esos rumores vagos, misteriosos, inquietantes, que parecen diálogos del más allá.

Mientras había permanecido por allá habían corrido en la aldea, entre el elemento femenino, rumores de gran sensación, noticias estupendas.

La opinión general fue que el señor de Maurescamp se había mostrado feroz e implacable, para con un hombre que no tenía más crimen, según se creía, que el haber dado lecturas con su mujer. Estos rumores y apreciaciones de las gentes, tranquilizando la vanidad del barón y lisonjeando su orgullo, contribuyeron a la reconciliación de los esposos.

Hubo necesidad de adoptar ciertas precauciones, pues corrían rumores, según pude enterarme después, de que iban á linchar á Lacoste, á su paso por las calles de la población. El Cuartel de la Rural, á donde fué conducido Lacoste, estuvo todo el día rodeado de curiosos que deseaban verlo antes de que fuera trasladado á Santiago de Cuba.

Junto con estos rumores llegó a oídos de Jaime un débil tamborileo y una voz de hombre que entonaba un romance ibicenco.

Serafina, que tanto hubiera dado semanas atrás por haber sido invitada a pedir para los pobres a la puerta de la iglesia, aprovechaba aquella ocasión para dar prueba de su acendrada religiosidad, deshaciendo así los rumores que habían corrido de que era protestante.

Sordos rumores, voces ahogadas, imprecaciones que presto hallaban eco, corrían por el concurso, que se iba animando, y comunicándose ardimiento y firmeza. En primera fila, al extremo del zaguán, estaba Amparo, pálida y con los ojos encendidos, la voz ya algo tomada de perorar, y, sin embargo, llena de energía, incitando y conteniendo a la vez la humana marea.