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En cambio, y aunque supongo también que otros de mis colegas lo habrán hecho, no puedo menos de discurrir un poco, por vía de Introducción, acerca de los inconvenientes con que tropezamos los autores de estas monografías al pretender clasificar á las mujeres de cada una de las actuales Provincias de España en una casilla aparte, que delimite técnicamente pretendidas variedades de su naturaleza ó de sus costumbres.

Tardó en comprenderlo el guapo; pero recordando al fin, salió del atolladero lo mejor que pudo, aunque sin entregarse. Así se hallaban las cosas cuando un suceso inesperado y terrible vino á cambiar su faz por completo. Pontes, viendo cruzar desde la casilla un hombre que le pareció sospechoso aunque no llevase carga alguna, le ordenó detenerse.

Don Paco no pudo sufrir más: fue corriendo a la puerta de la casilla, por fortuna vieja y desvencijada, y descargando sobre ella con todos sus bríos un diluvio de patadas, de puñetazos y garrotazos, consiguió en pocos segundos arrancarla de los goznes y derribarla por el suelo con estrepitoso sacudimiento, que hizo retemblar las paredes.

Don Pascual vino y don Paco se lo contó todo. No le dio ninguna comisión ni embajada para Juanita; pero don Pascual, por una benévola usurpación de atribuciones y de empleo, se declaró él mismo y se nombró embajador, se fue a ver a Juanita que, desvelada y triste, se acababa de levantar y le refirió con fidelidad minuciosa los furores y penas de don Paco, sus celos, su desesperación, sus propósitos de suicidio o de extrañamiento perpetuo, y, por último, el combate de la casilla, el delito de Antoñuelo, los golpes que éste había recibido, así como su vuelta y la de don Paco a Villalegre.

No pensó más que en vestirse rápidamente, no sin escoger el más rosado de sus trajes de batista y el sombrero de mañana que mejor le sentaba para ir a reunirse con sus amigas y Huberto Martholl que ya debían estar esperándola en la playa. Era la hora del baño. Siguiendo su costumbre María Teresa pasó directamente a su casilla.

La suprema felicidad para el guarda, la única que le consentía su profesión, era que Velázquez viniese á buscarle á la casilla un día que le quedase libre y le llevase con otros tres ó cuatro amigos á una taberna de las afueras para cañear y pasar la tarde de jarana. Además, le estaba profundamente agradecido porque le había sacado de algunos apurillos de dinero.

La casilla, en opinión de don Paco, tenía que estar desierta. ¿Quién había encendido luz y estaba en la casilla? ¿Sería el alma en pena del viejo guarda, que tenía fama de haber sido más que travieso en sus mocedades y hasta bandolero acogido a indulto? Don Paco se armó de valor y se dirigió a averiguarlo, contento de tropezar con una aventura que de sus desventuras le distrajese.

Antoñuelo sentía agudos dolores; no formulaba palabra alguna, pero lanzaba gemidos lastimeros. Don Paco se apresuró a salir de allí, volviendo cuanto antes al lugar con el libertado y el vencido. La poderosa mula de don Ramón, aparejada aún con muy cómoda y ancha albarda, se hallaba en un corralejo o pequeño cercado contiguo a la casilla.

Y así me casé con ella, y hasta agora no estoy arrepentido; porque, allende de ser buena hija y diligente, servicial, tengo en mi señor acipreste todo favor y ayuda. Y siempre en el año le da en veces al pie de una carga de trigo, por las Pascuas su carne, y cuando el par de los bodigos, las calzas viejas que deja; e hízonos alquilar una casilla par de la suya.

Sin hacer ruido, llegó don Paco a la casilla y vio que la puerta estaba cerrada con cerrojo que había por dentro. La luz salía por un ventanucho pequeño, donde en vez de vidrio había estirado un trapo sucio para resguardo contra la lluvia y el frío. Con el estorbo del trapo no se podían ver los objetos de dentro; pero don Paco se aproximó y reparó en el trapo tres o cuatro agujeros.