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Por todas partes el mar estaba libre. Dos leguas á la derecha un gran vapor avanzaba pesadamente hacia las islas Loyalty. Por detrás ni un punto sospechoso. Por delante la extensión ilimitada, sin una embarcación, sin una vela. Querido Jacobo, dijo la voz de Tragomer; estamos salvados. Ahora podemos respirar. Freneuse se volvió. Su amigo salía de la cámara y venía hacia él.

Nada. ¡Si fuese en sitio apartado, en barrio sospechoso! Cuanto más céntrica y frecuentada es una calle menos se escama la gente de ver a un hombre parado con una señora o acompañándola; lo que huele a pecado es encontrarse una pareja fuera de puertas o por calles extraviadas.

Juana se apercibió de ello, y para destruir el carácter sospechoso que pudiese tener aquella entrevista, dijo en voz alta a la condesa, que pasaba por su lado: ¡Ninguna esperanza, señora! ¡He perdido mi tiempo! La madre de Jacobo, que había observado desde lejos con vivo interés la fisonomía de los dos interlocutores, no era de la opinión de Juana.

Frecuentemente tenían que apartarse del camino por no tropezar con una guerrilla que apostada en las alturas hacía fuego sobre todo viajante sospechoso, y las columnas isabelinas inspiraban tanto recelo al capellán, que no pasara cerca de ellas por nada de este mundo, temiendo infundir sospechas con su empaque de cura jinete.

Los primeros, al llegar a la casa de labor y no observar nada sospechoso, agitaron sus lanzas y dieron media vuelta. Los demás acudieron entonces velozmente, como los cuervos que siguen raudos al que se eleva mucho, suponiendo que ha descubierto alguna presa. En pocos instantes la casa fue rodeada y la puerta abierta.

Pero si yo no he tenido nunca más que confianza y simpatías hacia el señor de Sorege, debo reconocer que no todo el mundo pensaba como yo en mi casa. ¿Quién le era desfavorable? Mi hija, primeramente, á quien siempre desagradó Sorege, y después nuestro criado Giraud, que nunca le pudo tragar. ¡Ah! ¿María encontraba sospechoso al amigo de su hermano?

Esta ha sido mi vida. Errores, faltas, he cometido. ¿Quién no los comete?... Esto decía el manuscrito de mi tío Juan de Aguirre. Un dia de otoño, al anochecer, se presentaron en Lúzaro, en la posada de Chiquierdi, dos extranjeros de aspecto sospechoso. Bajaron de las diligencias, entraron en la cocina de la posada, y, mientras cenaban, preguntaron con gran interés por don Santiago Andía.

Se subió al banco de proa y miró detenidamente hacia la playa, erizada de rocas enormes, que se alzaban en forma de anfiteatro. A pesar del grito que habían oído poco antes, no se veía ninguna criatura humana ni se percibía rumor alguno sospechoso. ¿Hay novedad? preguntó Van-Horn. Ninguna, viejo mío. Desembarquemos. La chalupa se acercó a la playa hasta tocar en la arena.

Dado lo que era la guerra de los cubanos contra España, aquella era, para tal guerra, una brillante operación militar; pero si realmente se le anunciaba al mundo, como se le anunció, que el Ejército cubano se había apoderado de Santa Clara, de la capital de la provincia central de la isla y que allí se había hecho fuerte contra las tropas españolas, la noticia tenía el inconveniente de su exagerada importancia; y cuando se supo después lo que había pasado realmente, la cosa pareció pequeña, precisamente en virtud de su exageración; y el resultado fue que los periódicos franceses, más tarde, cuando recibían algunas noticias por nuestro conducto ponían delante de ellas, con letra bastardilla, «Source Cubaine», para dar a entender que todo aquello era sospechoso de exageración, si no de mentira.

Pocos, muy pocos, de los más vivaces, de los más aguerridos, de los más crueles, procrean á semejanza nuestra. Hales impuesto la Naturaleza el peligro de darse un abrazo; abrazo terrible y sospechoso. Por sabrosas que puedan ser sus carnes á sus propios ojos, híncanse sus sierras y sus mortíferos colmillos.