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¡Bah! ¡Yo haría como Rochart! exclamó Frantz ; acabaría de una vez. Tiene razón el viejo: cuando uno ha cumplido su deber, ¿por qué ha de tener miedo? ¡Dios es justo y lo ve todo! En tal momento, el ruido de unas voces fue elevándose a la derecha de los interlocutores. Son Marcos Divès y Hullin dijo Kasper, después de prestar atención.

Hubo una larga pausa, un silencio tan difícil de sostener como de romper. Ninguno de los dos interlocutores se atrevía a hablar. Era, en verdad, la situación muy embarazosa. Tanto para ellos el expresarse entonces, como para nosotros el reproducir ahora lo que expresaron, es empresa ardua; pero no hay más remedio que acometerla.

El silencio producido por arranque tan vivo duró algunos segundos, durante los cuales ambos interlocutores miraron fijamente, distraídos y ensimismados, el paisaje que se alcanzaba desde la ancha y honda ventana fronteriza. Al pronto no lo vieron; luego su efecto sombrío les fue entrando, mal de su grado, por los ojos hasta el alma.

Sólo en la mayor intimidad, en medio de pocas almas escogidas, y de alguna que si no lo era se dejaba llevar por el entusiasmo de las otras, se desanudaba suavemente la lengua del P. Enrique; y las narraciones amenas, los discursos elevados, los bellos pensamientos y nobles sentimientos brotaban de sus afluentes labios y penetraban en los corazones y en la mente del poco numeroso auditorio, aunque mejor sería decir de sus pocos interlocutores, porque el Padre evitaba, cuanto podía, monopolizar la palabra y prefería el diálogo en que todos hablasen.

A lo que parece, o era reciente el silbar en el teatro cuando el admirable poeta mejicano escribió Todo es ventura, o se había introducido de nuevo esa grosera costumbre, pues en el acto I dicen dos interlocutores: «DUQUE. ¿, Fabio? FABIO. Yo, en la comedia. DUQUE. ¿Pareció bien?

Ahí y en otros puntos. ¿Para quién las traíais? Para los navarros. Bueno. Iremos a buscarlas. Si no las encontramos, os fusilaremos. Está bien dijo fríamente Zalacaín. Marcháos repuso el cura, molesto por no haber intimidado a sus interlocutores. Al salir, en la escalera, el Jabonero se acercó a ellos.

La voz se arrastraba lenta, gangosa por aquella formidable boca antes de salir, de tal modo que al llegar a los oídos de sus interlocutores parecía venir cargada de saliva. Y así era en efecto. Buenas noches, Timoteo, buenas noches. Todos respondieron amicalmente al saludo, menos Presentación.

La última mitad del segundo acto de la comedia de Calderón, El Alcaide de mismo, por ejemplo, se supone ocurrir en el parque de un castillo, y de repente, sin contar con la desaparición de los interlocutores del diálogo, se traslada la escena á lo interior del mismo. En Los Embustes de Fabia, de Lope, se halla otra prueba aún más decisiva.

Sus interlocutores eran doña Luz, doña Manolita, el médico, Pepe Güeto, el cura alguna vez y don Acisclo siempre. Cuando venía más gente en casa de D. Acisclo, aquella franqueza desaparecía, y la conversación, como por ensalmo y sin poder evitarlo, bajaba al nivel villafriesco. Las condiciones de entendimiento y de carácter movían a esto al P. Enrique, no por altivez, sino por timidez.

Sentí también remordimientos de conciencia, como si estuviera poniendo mis manos en el tesoro de un amigo, y me apresuré a dar un tajo a la conversación, llevando enseguida los restos de ella hacia la otra que ya estaba en la agonía por falta de materia o por sobra de cansancio entre los interlocutores.