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Pero, hombre, cualquiera que le oyera a usted pensaría que Nieves había puesto sus ojos en algún foragido... ¡Caramba! dele usted a Leto el caudal del mejicano, y a ver si hay mejor acomodo que él para una chica soltera, en todo el orbe conocido... ¡Y como usted es pobre, gracias a Dios!... No es eso, señor don Claudio, precisamente... Mire usted: por de pronto, es una niña todavía...

Todo cuanto hiciese se lo tolerarían los gobernantes. Firmemente asegurado en su situación, no temía á Dios ni á los hombres. Únicamente una persona le infundía miedo: su mujer. Cuando el capataz Doroteo dejó de trabajar para irse con los revolucionarios, Guadalupe no dudó un momento en seguirle. Un mejicano debe ir á todas partes con su mujer, hasta á la guerra.

Para darle gusto, así como á su Guadalupe, se sacrificó al fin el general, vistiendo su uniforme de gala siempre que estaba en la ciudad. Al salir de operaciones volvía á cubrirse con el enorme sombrero mejicano, poco menor que un paraguas, única prenda uniforme de sus soldados en tiempo ordinario.

Poseía muchos. ¿Qué caudillo mejicano carece de automóvil?... Los más de ellos hasta tienen un coche-salón para viajar por las vías férreas. ¡Lo que puede importarles media docena de automóviles, cuando, al principio de la revolución, sólo necesitaban entrar, pistola en mano, en un garage para llevarse lo mejor de él!...

En la provincia de la Guayana, que está al sur de Caracas, se dice así mismo que hay un pueblo, á quien llaman el Dorado, por ser tan rico, que las tejas de las casas son de oro; y al norte del nuevo Méjico, que hay un pais denominado la Gran Quivira, reducido á un imperio floridísimo, que se formó de las ruinas del Mejicano, retirándose allí cierto principe de la sangre real de Montezuma.

Corriente diría entonces la curiosilla Virtudes, deseando conocer hasta el último escondrijo del almario de su amiga . Nada te inquieta, nada te apura, y vives en la mayor tranquilidad, por lo que toca a tu primo el mejicano; pero a la edad en que te hallas, con la salud y la belleza que posees, recién salida de la prisión del colegio, lo adorada que te ves de tu padre, tan rico y tan complaciente y tan campechano, ¿qué demonio es el que más te tienta ahora?... Porque alguno ha de tentarte, o es mentira que el demonio no sosiega. ¿Cuál es tu mayor ambición por de pronto? ¿qué es lo que con mayores ansias apeteces y deseas?

A lo que parece, o era reciente el silbar en el teatro cuando el admirable poeta mejicano escribió Todo es ventura, o se había introducido de nuevo esa grosera costumbre, pues en el acto I dicen dos interlocutores: «DUQUE. ¿, Fabio? FABIO. Yo, en la comedia. DUQUE. ¿Pareció bien?

León le escuchó entre impaciente y confuso. Por librarse de él prometió cuanto quiso. Luego, cuando se vió entre los amigos, contó la ridícula conferencia y se rió en grande a costa del desdichado concejal. El duque de Requena, después que dijo a Biggs lo que se proponía, se sentó a jugar al tresillo con la condesa de Cotorraso, el mejicano, marido de Lola, y el general Pallarés.

Ballesteros, que así se llamaba, replicó que no, pero que había visto muchos en el Brasil. La marquesa se informó con viva curiosidad de las particularidades del árbol; pero quedó sumamente disgustada cuando el mejicano le dijo que la sombra no mataba y que sólo su fruto desprendía un agua corrosiva. ¿De modo que durmiendo debajo de él no se muere?

Ustedes creen, tal vez, que yo podría volver allá, sin ningún peligro.... En realidad, nada malo hice en dicho asunto, y aún me estremezco al recordar el susto que me dió el maldito general. Pero no volveré; pueden estar seguros de ello. Conozco á mis antiguos amigos. Castillejo es mejicano y sus acusadores también.