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Entonces será por otra cosa por lo que le han encerrado. Martín dijo que así se lo figuraba también él. Le dió las buenas noches el carcelero; contestó Zalacaín amablemente, y se tendió en el suelo. Aquí estoy tan seguro como en la posada se dijo . Allí me tienen en sus manos, y aquí también, luego estoy igual. Durmamos. Veremos lo que se hace mañana.

Esto añadió es una copia de una narración que hace el cronista Iñigo Sánchez de Ezpeleta acerca de cómo fué vertida la primera sangre en la guerra de los linajes, en Urbia, entre el solar de Ohando y el de Zalacaín, y supone que estas luchas comenzaron en nuestra villa a fines del siglo XIV o a principios del XV. ¿Y hace mucho tiempo de eso? preguntó Tellagorri. Cerca de quinientos años.

Como en el fondo el joven Zalacaín era agradecido y de buena pasta, sentía por su viejo Mentor un gran entusiasmo y un gran respeto. Tellagorri lo sabía, aunque daba a entender que lo ignoraba; pero en buena reciprocidad, todo lo que comprendía que le gustaba al muchacho o servía para su educación, lo hacía si estaba en su mano. ¡Y qué rincones conocía Tellagorri!

Martín felicitó a Briones por sus ascensos. , no estoy descontento dijo el comandante ; pero usted, amigo Zalacaín, es el que avanza con rapidez, si sigue así; si en estos años adelanta usted lo que ha adelantado en los cinco pasados, va usted a llegar donde quiera. ¿Creerá usted que yo ya no tengo casi ambición? ¿No? No.

Zalacaín la contempló absorto y luego abrió la puerta de la casa, la cerró despacio y, al encontrarse en la calle, se vió con un espectáculo inesperado. Bautista discutía a gritos con tres hombres armados, que no parecían tener para él muy buenas disposiciones. ¿Qué pasa? preguntó Martín.

Pensó en dirigirle alguna pregunta, pero tardó varios días, porque el señor Soraberri era tardo en todo. Al último le dijo, con su majestuosa lentitud: ¿De quién es este niño, amigo Tellagorri? ¿Este chico? Es un pariente mío. ¿Algún Tellagorri? No; se llama Martín Zalacaín. ¡Hombre! ¡Hombre! Martín López de Zalacaín. No, López no dijo Tellagorri. Yo lo que me digo.

Ni Zalacaín ni Bautista vieron al cura. Sin duda éste no se presentaba más que en las circunstancias graves. Como era natural entre tanta gente inactiva, se pasaron las horas al lado del fuego hablando y contando diversos episodios y aventuras. Había en la partida un muchacho de Tolosa, muy melancólico, cuyas únicas ocupaciones eran mirarse a un espejito de mano y tocar el acordeón.

Se trata de hacer un recorrido por entre las filas carlistas y conseguir que varios generales y, además, el mismo don Carlos, firmen unas letras. ¡Demonio! No es fácil la cosa exclamó Zalacaín. Ya lo que no; pero se pagaría bien. ¿Cuánto? El patrón ha dicho que daría el veinte por ciento, si le trajeran las letras firmadas. ¿Y a cuánto asciende el valor de las letras? ¿A cuánto?

Con su rápido instinto de comprender la situación, Martín se dió cuenta de que no había más remedio que someterse y dijo a Bautista, en vascuence, aparentando gran jovialidad: ¡Qué demonio, Bautista! ¿No querías entrar en una partida? ¿No somos carlistas? Pues ahora estamos a tiempo. Uno de los tres hombres, viendo como se explicaba Zalacaín, exclamó satisfecho: ¡Arrayua!

Si no eres tonto , te casarás con ella replicaba Tellagorri. Y Martín se echaba a reir. DE CÓMO MURIÓ MARTÍN LÓPEZ DE ZALACAÍN, EN EL A