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Nadie columbra la meta o el término: Amplius et volvens fatorum arcana movebo. En pos del super-hombre, por evolución y selección surgirá de su seno el archisuper-hombre, el cual podrá tratar tan desapiadadamente al super hombre como éste al hombre haya tratado. Y así sucesivamente sin que se vea el fin de las mudanzas y de los ascensos, per omnia secula seculorum.

Al abandonar la sala del Instituto, ocupada aún por la inmensa muchedumbre que había concurrido a la recepción, mi antiguo amigo el duque de Rohan me salió al encuentro diciéndome al oído: «Abandonad toda esperanza con respecto al ascenso en vuestra carrera; habéis defraudado nuestras esperanzas y dado fuerza a nuestros enemigos políticos.» ¿Qué me importaban a los ascensos en mi carrera cuando veía vacilar a Carlos X en el trono, y al que deseaba separar del abismo que amenazaba tragárselo?

Su juventud ha transcurrido en una atmósfera llena de frialdad, en medio de las preocupaciones de los exámenes y de los ascensos que había que conquistar a punta de espada. Ha ignorado aquella pasión que vuelve tierna el alma hiriéndola de muerte. A lo sumo, ha tenido en esa época de su vida alguna ligera amistad femenina tan rápidamente anudada como prontamente rota.

Empezaba a hablar con desprecio de «la carrera». En una Legación, el ministro, que había alcanzado sus ascensos, antes de que se inventasen las máquinas de escribir, por el primor caligráfico con que copiaba los protocolos, decía a Ojeda con irónica superioridad: «¡Qué letra tan pésima la suya!... ¿Y usted hace versos? ¿Y usted presume de literato?». Otros jefes le echaban en cara sus aficiones «ordinarias», su marcada intención de evitar las reuniones entonadas del mundo diplomático para juntarse con la bohemia del país, juventud melenuda que recitaba versos y discutía a gritos, en torno de los ajenjos, bajo nubes de tabaco.

Un rezagado que acierta a pasar, el granadero desmontado, préndese a la cola del caballo, lo detiene en la carrera, salta a la grupa, y coronel y soldado se salvan. Llámanle el Boyero, y este hecho le abre la carrera de los ascensos. En 1820 sacábase un hombre ensartado por ambos brazos en la hoja de su espada, y Lavalle lo ha tenido a su lado como uno de tantos insignes valientes.

Cuando le llegaron comunicaciones de Buenos Aires y gacetas en que se registraban los ascensos concedidos a los oficiales generales que habían hecho la estéril campaña de Córdoba, Quiroga decía al general Huidobro: «Vea usted si han sido para mandarme dos títulos en blanco para premiar a mis oficiales, después que nosotros lo hemos hecho todo. ¡Porteños habían de serSabe que López tiene en su poder su caballo moro sin mandárselo, y Quiroga se enfurece con la noticia. «¡Gaucho, ladrón de vacas! exclama , ¡caro te va a costar el placer de montar en bueno!» Y como las amenazas y los denuestos continuasen, Huidobro y otros jefes se alarman de la indiscreción con que se vierte de una manera tan pública.

Solamente el Himno Nacional tiene notas comparables a las que yo encontré en esta frase sencilla me pareció ver el sol dentro de aquel salón oscuro. ¡Traigo esta carta para Usía...; es de mi coronel! Rompió la cubierta, tomó la cartulina que contenía y luego de recorrerla, exclamó: ¡Diez años de servicio sin un arresto, y dos ascensos por acción de mérito!... ¿Qué es lo que desea, sargento?

¡Pobre hija mía! ¡Cuando pienso que una simple comida es un acontecimiento en tu vida!... A tu edad estaba yo continuamente en fiestas y recepciones. ¡Los cotillones que yo he dirigido! Y, sin embargo, Dios sabe que no era yo mundana. Pero nuestra situación y los ascensos de tu padre exigían cierto decoro y cierta representación.

Esta le embelesaba tanto, que haciendo una calaverada, como él decía, invirtió una parte de la rumbosa gratificación que le hizo el coronel al despedirle en la suscripción a un periódico noticiero y baratito, que no le faltó un solo día después de llegar a su casa. He aquí por qué estaba al tanto de los ascensos de su coronel.

Destinado a la carrera militar, más por vanidad de su familia que por vocación, no era, sin embargo, cobarde, pero yerto; prefería los ascensos a la gloria, y a la gloria y a los ascensos reunidos anteponía una buena renta que disfrutar sin moverse de su casa ni estar a merced del ministro de la Guerra. Tenía vanidad, pero vanidad encubierta y en cierto modo solitaria.