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Es preciso comer, niña querida, para ponerte en estado de soportar la prueba ... Pero, tía mía, ¿qué prueba? preguntó Herminia con irritación. ¡Paciencia, hija mía; ya lo sabrás todo! Entonces comprenderás la infamia de que ibas á ser víctima y yo contigo ... ¡Una infamia!... ¡De Mauricio, es imposible! No era él el culpable ... Pero el abominable mentor que le dirige!

Como en el fondo el joven Zalacaín era agradecido y de buena pasta, sentía por su viejo Mentor un gran entusiasmo y un gran respeto. Tellagorri lo sabía, aunque daba a entender que lo ignoraba; pero en buena reciprocidad, todo lo que comprendía que le gustaba al muchacho o servía para su educación, lo hacía si estaba en su mano. ¡Y qué rincones conocía Tellagorri!

Había hermoseado su tienda con lujo asiático: magníficas sillas pintadas de verde esmeralda; clavos romanos, tamaños como platos soperos, para colgar las toallas de tela de un dedo de grueso, grabados que representaban un Telémaco muy largo, un Mentor muy barbudo y una Calipso muy descarnada; tales eran los adornos que rivalizaban en dar esplendor al establecimiento.

Frente por frente estaba Currita, teniendo a su derecha al embajador de Alemania, y a su izquierda al excelentísimo señor don Juan Antonio Martínez, buey Apis por otro nombre, que olvidando con loable magnanimidad antiguos rencorcillos, era a la sazón íntimo de la dama, como sustituto del respetable Butrón en el cargo de Mentor del joven Telémaco.

Pensó con cierta inquietud en don Andrés, aquel Mentor que por recomendación de su madre, si se despegaba de él alguna vez, era para seguirle de lejos... Pero, ¡bah!, que le esperasen en el Casino. Tiempo le quedaba en toda la tarde para abismarse en aquel salón lleno de humo, donde todos al verle se abalanzarían a él mareándole con sus preguntas y confidencias.

El sesudo Mentor terminaba con protectora solicitud y paternal indulgencia: «Tu ligereza ha sido grande; pero inventa una disculpa, apresúrate a venir y trataremos de arreglarlo».

Ha sido usted para más que un tutor fiel un padre cariñoso y previsor; me ha educado, ha hecho de lo que soy, me ha inculcado los sentimientos más nobles y generosos; ha sido a la vez, tutor, padre, mentor, guía y amigo. Así, debo ante todo obedecerle con respeto, y en virtud de ello me retiro. Adiós, padre mío; confío en que algún día se acordará usted de su hijo.

Con mensurado tono y severidad paterna contestó entonces el sabio Mentor al joven Telémaco, enterándole del regalo hecho por mademoiselle de Sirop a la kermesse, del justo enojo de Currita al recibir aquel ultraje, que revelaba la traición del amigo íntimo a quien tantos beneficios había prodigado, y de la ferocidad con que las lenguas murmuradoras se habían echado sobre la aventura, comentándola y riéndola a mandíbula batiente.

¡Ah, ingrato! susurró Butrón Corro a traértelo. Y de nuevo se fue como había venido, de puntillas, sonriendo a todos, haciendo muchos ademanes para que nadie se incomodara, y dejando al tío Frasquito estupefacto... ¡Oh!, pues lo que es a él no se la pegaban... ¿Currita a las cuatro en casa de Butrón y avisando antes a Jacobo?... Algo gordo sucedía cuando el prudente Mentor, el joven Telémaco y la invulnerable Calipso se avistaban en secreto, con la extraña circunstancia de acudir la dama a casa del caballero, y no los caballeros al palacio de la dama, como parecían dictar las más elementales leyes de la galantería.

Enfrente del cantor estaba erguido, como siempre, don Modesto Guerrero, escuchando en actitud grave y recogida, idéntico al Mentor respetable que adornaba la pared, sin más diferencia que estar muy bien afeitado, y con su hopito muy liso, tieso y perpendicular.