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Te lo juro... No parece sino que yo te he engañado alguna vez. ¡Qué cosas tienes!... Pero te has de acostar... Si no tengo sueño, a Dios gracias. Cuando duermo algo, sueño que soy hombre, es decir, que la bestia me amarra, me azota y hace de lo que le da la gana... ¡Infame carcelero! Impaciente, Fortunata se lanzó a las determinaciones que exigen los casos graves.

La Revolución, que había hecho jurar a los sacerdotes una Constitución sacrílega, y que ciñó la corona de San Fernando a un hijo del carcelero del Papa, parecía lanzada a nuevos y execrables excesos; los gobiernos que se sucedían en Madrid estaban compuestos de enemigos de la Iglesia; de algunos de los ministros se dijo que eran protestantes, y se añadía que en la corte se fraguaba una conspiración para suprimir el sueldo a los párrocos y arrojar de sus conventos a las pobres monjitas que escaparon a la persecución del año 68.

A pesar de que su imaginación se le insubordinaba, pudo conciliar el sueño y descansar profundamente. Cuando despertó, vió que entraba un rayo de sol por una alta ventana iluminando el destartalado zaquizamí. Llamó a la puerta, vino el carcelero, y le preguntó: ¿No le han dicho a usted por qué estoy preso? No. ¿De manera que me van a tener encerrado sin motivo? Quizá sea una equivocación.

Mi padre, por lo tanto, retenía en su memoria los más insignificantes detalles de aquel edificio que cuando niño le había servido de casa de recreo y ahora de prisión. Cuando mi padre entró en semejante prisión, se figuró estar en su propia casa. Por fortuna, también, el carcelero había servido en su mismo escuadrón, y acostumbrado a respetar a su capitán, enterneciose al verle de nuevo.

En mi casa te espero; pero no vayas á ella sino convertido. ¡Ah, imposible! No iré. Pues adiós dijo Elías con decisión. Adiós repitió Lázaro con angustia. Coletilla salió. El joven no se atrevió á detenerle. No creyó que se marchaba hasta que le vió fuera, y sintió que el carcelero cerraba la puerta.

El carcelero, después de introducirlo en la habitación, permaneció allí un momento, sorprendido de la calma comparativa que había causado su entrada, pues Ester se había vuelto inmediatamente tan tranquila como la muerte, aunque la criaturita continuaba quejándose. Te ruego, amigo, que me dejes solo con la enferma, dijo el médico.

Era, en pequeña escala, una imagen viva de la agonía moral por que había pasado Ester durante tantas horas. Siguiendo de cerca al carcelero en aquella sombría morada, entró el individuo de aspecto singular cuya presencia en la multitud había causado tan honda impresión en la portadora de la letra escarlata.

Un carcelero, que traía una linterna, alumbraba y guiaba á otro hombre que venía á visitar al preso. Este hombre era Coletilla. #Diálogo entre ayer y hoy#. Elías se paró delante de su sobrino.

El bufón desapareció. El carcelero cerró la puerta. Montiño, inmóvil, con los escasos cabellos erizados de horror, se quedó en el sitio donde le había dejado el bufón, murmurando: ¡Desdichado de ! para librarme del castigo de ese crimen que no he cometido, me veo obligado á cometer un crimen horroroso. ¿Y quién será esa persona que quieren que mate yo?

Echáronnos, en entrando, a cada uno dos pares de grillos y sumiéronnos en un calabozo. Yo, que me vi ir allá, aprovechéme del dinero que traía conmigo y, sacando un doblón, díjele al carcelero: -Señor, oígame V. Md. en secreto. Y para que lo hiciese dile escudo como cara. En viéndolos, me apartó. -Suplico a V. Md. -le dije- que se duela de un hombre de bien.