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Don Jaime, cabalgando en medio de D. Acisclo y Pepe Güeto, precedido de una turba de muchachos y de hombres a pie, y seguido de buen golpe de gente a caballo y aun de más gente pedestre, se mostró al cabo a los ojos de nuestra heroína. La fama no había mentido. Era D. Jaime todo un galán caballero. Montaba con gracia y firmeza. Aunque tenía cerca de cuarenta años, parecía que apenas tenía treinta.

Pepe Güeto y doña Luz se reían de tan inverosímil suposición; pero la verdad era que ellos notaban asimismo lo mucho que D. Acisclo cavilaba, y sentían no pequeña curiosidad por conocer el asunto de sus cavilaciones.

Vaya si existía. Lo que tiene es que entonces el novio o el marido, a quien yo le consagraba, era soñado, hecho a pedir de boca, relleno de perfecciones. Los chiquillos, que me fingía y me finjo aún, son unos querubines. Por mucho que valga Pepe Güeto, pierde cuidado que no valdrá, ni con cien leguas de distancia, el marido que yo soñé.

Añadía la hija del médico que la exagerada gravedad, sobre todo en los mozos, se confunde con la tontería, y que, o ella había de poder poco, o había de sacarle a Pepe Güeto la gravedad, como quien saca los diablos de un endemoniado, y que, si no era tonto, había de volverle loco, obligándole a hacer mil locuras.

Provino de todo ello un germen de disturbio que hubiera podido terminar en escándalo, si la prudencia de Nuño no le hubiera sofocado al nacer. Juan Moreno Güeto, uno de los cabos de la hueste, favorito de Nuño y aspirante a la mano de su hija Leonor, a quien requería de amores, era asimismo respetuoso y ferviente admirador de D.ª Mencía.

Por respeto a su amiga, y porque en los lugares no anda la gente con sutilezas etéreas o pasadas por alambique, y porque con decir ella algo hubiera dado pie para que se añadiese mucho, doña Manolita ni a su padre confió el resultado de sus observaciones. Sólo le confió a Pepe Güeto, a quien nada ocultaba; pero exigiéndole el más profundo sigilo.

Yo hago prosperar la agricultura; aumento la riqueza; doy de comer a los pobres que trabajan; en fin, sirvo de mucho. No es menester que V. se alabe. ¿Quién no confiesa dijo Pepe Güeto , que V. es la providencia de Villafría? Pues bien; todo eso lo hago con el dinero que he sabido adquirir. Yo he tenido y tengo capacidad para adquirir dinero.

Don Acisclo, D. Anselmo, Pepe Güeto y el Padre se escabullían; y quedaban solos los novios, en su eterno palique, como decía doña Manolita; ésta, que se resignaba con gusto a hacer el papel de dueña; el galgo Palomo, que se echaba a los pies de D. Jaime, a quien había tomado mucho cariño por conocer instintivamente el mucho que le tenía su ama; y a veces el cura D. Miguel, a quien los cuchicheos de los amantes producían idéntico efecto que los gritos y discursos de los filósofos, dejándole gratamente dormido, y soñando quizá en el gran papel que le tocaba hacer en aquel drama regocijado, cuando echase a los novios las bendiciones.

Y mientras que el Padre hablaba, D. Acisclo oía embelesado, aunque no penetraba el sentido de una sola palabra; y D. Anselmo se deleitaba, sin creer, como quien saborea la más bella composición poética; y doña Luz, doña Manolita y Pepe Güeto, escuchaban con fija atención y gran fervor religioso, lisonjeándose de que todo lo alcanzaban.

Entiéndase que hablo dentro de la vida ordinaria, sin nada de novela. Tal podría ser esta, que, no ya un hombre como Pepe Güeto, sino el último gañán pusiese los ojos en con razonable esperanza de lograrme, y yo cediese y fuese suya, no ya siendo hija de un marqués arruinado, sino siendo millonaria y princesa.