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Y ya, señora, que le mates, como yo pienso que quieres hacer, ¿qué hemos de hacer dél después de muerto? »¿Qué, amiga? -respondió Camila-: dejarémosle para que Anselmo le entierre, pues será justo que tenga por descanso el trabajo que tomare en poner debajo de la tierra su misma infamia.

Si lo haces por dilatarme la prometida merced, desde más lejos pudieras entretenerla, porque tanto más fatiga el bien deseado cuanto la esperanza está más cerca de poseello; pero, porque no digas que no respondo a tus preguntas, digo que conozco a tu esposo Anselmo, y nos conocemos los dos desde nuestros más tiernos años; y no quiero decir lo que tan bien sabes de nuestra amistad, por no me hacer testigo del agravio que el amor hace que le haga, poderosa disculpa de mayores yerros.

Ana pasaba horas y más horas en la soledad de su caserón: a su lecho llegaban los ruidos lejanos de la calle apagados, como aprensión de los sentidos. Allá abajo, en la cocina, quedaba Servanda, y a veces Petra. Anselmo silbaba en el patio, acariciando un gato de Angola, su único amigo.

Al siguiente día, después de oír, como de costumbre, la misa que fray Anselmo dijera a las seis, Pablo anunció: Esta noche hay una gran recepción en Palacio. Acabo de recibir la invitación... Pues todos iremos a Palacio, como corresponde a nuestras dignidades decidió el inquisidor con voz de trueno. ¡Dios lo manda! La proposición fue acogida con júbilo general.

El sermón del padre Anselmo se comentó y se interpretó por todo el lugar en perjuicio de ambas Juanas. Nadie sacó la cara por ellas, salvo el maestro de escuela, aquella noche, en la Casilla. La Casilla era y es todavía en algunos lugares el Casino y el Ateneo primitivos y castizos.

No pudo más doña Luz. Exhaló un ¡ay! agudo y cayó desmayada en el suelo. El padre siguió inmóvil como estaba antes. Don Anselmo, D. Acisclo y Ramón acudieron en seguida. ¡Qué disparate! dijo don Anselmo . ¿Cómo hemos dejado aquí sola a esta señora? Esta señora es muy vehemente, y no conviene que esté aquí. Además, el enfermo necesita soledad.

Ello es que la tertulia de casa de D. Acisclo volvió a renacer, trasladándose a casa de doña Luz. Los íntimos asistían a ella todas las noches; a saber, don Acisclo, D. Anselmo, el cura, Pepe Güeto, su mujer y el P. Enrique. La pasada animación renació también con la tertulia.

»-Que me place -dijo Anselmo-: di lo que quisieres.

Pero, con todo esto, respondió a Camila que no tuviese pena, que él ordenaría remedio para atajar la insolencia de Leonela. Díjole asimismo lo que, instigado de la furiosa rabia de los celos, había dicho a Anselmo, y cómo estaba concertado de esconderse en la recámara, para ver desde allí a la clara la poca lealtad que ella le guardaba.

Doña Inés dio parte de este triunfo al padre Anselmo, quien se llenó de piadoso júbilo, y aun se sintió lisonjeado al prever que él figuraría en la vida de la nueva santa como el instrumento de que se valía el Cielo para convertirla y glorificarla.