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Se echó tierra al asunto, porque doña Isabel deseaba, según un autor de la época, «que las verdaderas causas de lo ocurrido quedasen ocultas, pues más quería ver a Colón enmendado que maltratado». Y el mismo Colón, en una carta, confesaba haber cometido faltas que necesitaban el perdón de los reyes, «porque mis yerros decía no han sido con el fin de hacer mal».

Así se explica que el drama de ambas naciones tome por largo tiempo ya ésta, ya la otra dirección, que se pierda y extravíe con frecuencia, y que ande y desande su camino al conocer sus yerros, antes que alcance el fin á que aspira.

Hace poco he confesado mi culpa y ahora lo hago de nuevo. Suelo titubear mucho antes de tomar una resolución, pero así que me decido no hay nada capaz de detenerme en mi propósito. Ya cómo debo reparar mis yerros. Caballero, tengo el honor de presentarle mis respetos. ¿Qué se propone usted hacer? preguntó el conde de Mengis, temeroso de que Felipe se dispusiese a cometer alguna nueva simpleza.

Una prueba palpable de que el fundamento de esos yerros contra la cronología, etc., no siempre se han de mirar como resultado de la ignorancia, nos lo suministran algunos pasajes de sus papeles cómicos, por ejemplo, las palabras siguientes de Los dos amantes del cielo: Un fraile... más no es bueno, Porque aún no hay en Roma frailes.

Pero no era persona que se dejaba vencer fácilmente en una disputa, y tomando fuerzas, prosiguió: ¡Oh fragilidad de las cosas mundanas!...No temamos al qué dirán. Sobre todo, yo no creo que ese hombre sea un libertino. Pero yo le he comprendido bien, y que se enmendará, si ya no se ha enmendado, y está derramando lágrimas ocultamente por sus yerros pasados. Que venga.

Mi madre no vivia; pero la Providencia ha dado lágrimas al hombre para lavar con ellas sus pecados, sus olvidos, sus yerros; y lágrimas ardientes y fervorosas humedecieron el sepulcro de la que me dió el sér. ¡Gloria! ¡Sueño terrible! ¡Angel cruel, cuánto has comido de mi alma y de mi cuerpo! ¡Quién lo hubiera sabido! ¡Quién hubiera podido adivinarlo!

Pero erraron esta vez, como otras muchas veces, sus tiros los demonios porque en lugar de salir con sus intentos, perdieron la presa; llenóse el miserable todo de pavor, y miedo, porque el corazón le decía que esta era cosa del infierno, y no sabía cómo echarlos de ; había oído decir que los dulcísimos nombres de Jesús y de María tenían poder contra esta canalla, pero no se ofrecían á la memoria, hasta que después de mucho trabajo se le ofrecieron y los pronunció: entonces los demonios, como si se viniese abajo toda la casa, huyeron con gran furia, y él, curado en el alma de sus liviandades, entró por el camino de la salvación, con más firmes propósitos y más seso que antes; y con tal mudanza y arrepentimiento de sus yerros, que estando aún con la fiebre se levantó de la cama y fué corriendo á echarse á los piés del P. Caballero, y con más lágrimas que palabras le pidió el santo bautismo.

Mas me disgustó oírle hablar con rara corrección el castellano, cuando yo esperaba que se expresase en términos ridículos y con yerros de los que desfiguran y afean el lenguaje; pero consolome la esperanza de que soltase algunas tonterías. Sin embargo no dijo ninguna. Entabló conversación con Amaranta, procurando esquivar el tema que impertinentemente había tocado doña Flora al entrar.

Si con atentos ojos has mirado, Inclito General, en los semblantes Que á tus breves razones han mostrado Los que tienes agora circunstantes, Qual havreis visto sin color, turbado, Y qual con ella, indicios bien bastantes De que el temor y la verguenza á una Los aflixe, molesta, é importuna: Verguenza de mirarse reducidos A terminos tan baxos por su culpa, Que viendo ser por reprehendidos No saben á su falta hallar disculpa: Temor de tantos yerros cometidos; Y la torpe pereza que los culpa, Los tiene de tal modo, que se holgaran Antes morir que en esto se hallaran.

Al contemplar a su derecha el arrabal de Santiago, vínole a la memoria su amancebamiento con la hermosa morisca y pensó que aquella mujer había sido la causa de toda su malaventura, de todos sus yerros y desengaños. ¡Quién sabe si no había mediado algún hechizamiento!