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Ni huellas del traje clásico de los días de fiesta de los castizos mareantes: la ceñida chaqueta y los pantalones y la boina de paño azul obscuro, ésta con profusa borla de cordoncillo de seda negra; corbata, negra también, y también de seda, anudada sobre el pecho y medio cubierta por el ancho cuello doblado de una camisa sin planchar; zapato casi bajo, y media de color.

Petra había cuatro criadas: dos, zagalonas aún, duras en el trabajo, de apretadas carnes y músculos de acero, las cuales eran de las que llaman por allá de cuerpo de casa, esto es, que servían para fregar, aljofifar, enjalbegar y tenerlo todo saltandito de limpio; otra, ya más granada, aunque moza también, que cosía, zurcía y planchaba la ropa, y otra que guisaba los más castizos y sabrosos guisotes de la tierra, y que sabía hacer almíbares, cuajados, pastelillos, arrope y gachas de mosto.

La zeda y la ese se confunden y unimisman en sus bocas, así como la ele, la ere y la pe. ¿Quién sabe si sería alguna maestra de miga cordobesa la que dijo a sus discípulas: «Niñas, sordado se escribe con ele y precerto con pe»? Pero si en la pronunciación hay esta anarquía, en la sintaxis y en la parte léxica, así las cordobesas como los cordobeses, son abundantes y elegantísimos en ocasiones, y siempre castizos, fáciles y graciosos.

No basta leerlos; hay que vivirlos: contemplar el mismo paisaje que columbraron Cervantes o Lope, posar en los mismos mesones, charlar con los mismos tipos castizos arrieros e hidalgos , peregrinar por los mismos llanos polvorientos y por las mismas anfractuosas serranías.

Sus criados, unos mozos que han venido con ella, estirados y serios como lores, van puestos de frac, con grandes bandejas, repartiendo copas a las bailaoras, que, en plena jumera, les tiran de las patillas y les echan huesos de aceituna a los ojos. ¡Unas juergas de lo más honestas y divertidas!... Ahora doña Sol recibe por las mañanas al Lechuzo, un gitano viejo, que da lecciones de guitarra, maestro de los más castizos, y cuando no la encuentran sus visitas con el instrumento en las rodillas, está con una naranja en la mano. ¡Las naranjas que lleva comidas esa criatura desde que llegó! ¡Y aún no se ha hartado!...

La raza indígena pura, del mareante santanderino, tal cual existía aún, desde tiempo inmemorial, diez ú once años ha, iba en aquel ataúd á enterrarse con Tremontorio, porque bien puede asegurarse que éste fué el último de los ejemplares castizos y pintorescos de ella. Justo es, por tanto, que yo le registre en mi cartera antes de que se pierda en la memoria de los hombres.

Y lo que más lamento es que en los Estados Unidos se haya sutilizado y alambicado tanto el uso ó el abuso, que no reclaman sólo en favor de legítimos, castizos y nativos anglo-americanos, sino en favor de cualquier cubano rebelde que se va á la gran república huyendo de la autoridad española por delitos políticos que su nueva patria adoptiva no considera como tales.

El sermón del padre Anselmo se comentó y se interpretó por todo el lugar en perjuicio de ambas Juanas. Nadie sacó la cara por ellas, salvo el maestro de escuela, aquella noche, en la Casilla. La Casilla era y es todavía en algunos lugares el Casino y el Ateneo primitivos y castizos.

Hasta en la poesía dramática, aun cuando queríamos sujetarnos á las reglas venidas de Francia, éramos originales, castizos y, permítaseme la expresión, de pura sangre española. Tan original, tan inspirado y tan propio de su nación y de su época, es D. Ramón de la Cruz como Lope ó como Tirso.

Bien había visto y observado Fernán-Caballero los usos, las costumbres y las pasiones del pueblo de Andalucía; pero lo notaba todo y luego se lo representaba al través de un prisma extraño. Su cultura, más que de libros castizos, era de libros modernos, ingleses, franceses y alemanes, y esto se reflejaba en los personajes hijos de su observación y de su inventiva.