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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Hallándose presente ésta, así como también el P. Atanasio, hizo venir a Juan Moreno Güeto y le indujo a contraer con Leonor solemnes esponsales, que autorizó el P. Atanasio, prometiendo, por su parte, ser pronto el ministro que santificase por la virtud del sacramento la unión de los novios.
Tomaron Pepe Güeto y doña Manolita tal afición a los denuestos, improperios y pendencias, que cada día las armaban tres o cuatro veces. Esto había hecho pensar a doña Luz, porque quería bien a doña Manolita, y con esta ocasión leía las citadas comedias, después de haber releído otra de Shakespeare, donde se trataba el mismo asunto de manera más magistral.
Pepe Güeto es honrado, bueno, inteligente, es más rico que yo replicó doña Luz . Yo sería una necia si le desdeñase, fundando en algo mi desdén: pero esto no se razona, se siente, y es lo cierto que nadie, en las condiciones de Pepe Güeto, y estando en su juicio, me querrá para mujer propia, así como yo no le querré a él para marido.
La gravedad de doña Luz y del Padre cortaba los vuelos a todas las audacias de doña Manolita, quien jamás se propasó a dirigir al Padre, ni en broma y con rodeos y perífrasis, la indirecta más oscura sobre la pasión que en él imaginaba. Doña Manolita siguió, no obstante, observando. Pepe Güeto observó también. Ambos esposos se comunicaban luego lo que habían observado.
Nada de eso, Sr. don Acisclo dijo Pepe Güeto, dejándose arrebatar del entusiasmo . Es menester sacudir el yugo. ¡Muera D. Paco el tirano! gritó doña Manolita riendo. Ya se entiende que la muerte ha de ser meramente política y no civil ni natural interpuso doña Luz. ¿Y cómo se va V. a componer para matarle políticamente? preguntó Pepe Güeto.
Declare V. lo que es para que no nos coja de susto. Ea, Sr. D. Acisclo, declárelo V. añadió Pepe Güeto . Mi mujer pretende que V. tiene comezón de ser santo como su sobrino, y que el día menos pensado traspone V. y nos planta y se larga a Sierra Morena a hacer penitencia, metido entre matorrales o en el hueco de algún peñasco.
A veces salía doña Luz de paseo con Pepe Güeto y doña Manolita, cuya luna de miel se prolongaba de un modo poco común, y mientras los esposos iban de burla o de risa, delante o detrás, y en interminable cuchicheo, el Padre, que los acompañaba, sostenía con doña Luz un coloquio grave, que a ella le parecía amenísimo, instructivo y sublime.
A veces, no obstante, sin buscar tema, sin el propósito preconcebido de enredar alguna discusión sobre las más arduas materias, la discusión venía a enredarse, y entonces don Acisclo, el cura, Pepe Güeto y hasta doña Manolita, callaban y oían, y hablaban sólo el P. Enrique, doña Luz y el médico D. Anselmo.
No quiso tampoco ser menos que Pepe Güeto y doña Manolita, dejando de hacer un presente. Sus medios no alcanzaban para comprar joyas, ni él las poseía; pero conservaba aún, a pesar del regalo hecho a D. Acisclo cuando vino de Filipinas, varias armas japonesas, chinescas e indias, con las cuales se podía formar una bella panoplia, y un extraño ídolo de bronce que representaba al dios Siva.
No bien acabadas de hacer las paces, llegó don Acisclo con Pepe Güeto, quienes no advirtieron las huellas de la pasada tempestad. Cenaron los cuatro en amistosa compañía, y con buen apetito, y se fueron luego a dormir. Al día siguiente se celebró con pompa y estruendo la entrada triunfal de D. Jaime en Villafría.
Palabra del Dia
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