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La joven se resistía con palabras humildes como todas las notabilidades: «¡Oh, felices! ¡Si yo no hago más que cencerrear un poquito...! Tendrán ustedes que taparse los oídos.» Y otras frases por el estilo acompañadas de un poquito de rubor que impresionaba gratamente a los tertulios y les obligaba a redoblar sus esfuerzos.

Sentados en el corredor contemplaban los viajeros la llegada de la noche y comentaban las incidencias del viaje, cuando de pronto dijo Ricardo con una espontaneidad que asombró gratamente a Melchor: ¡Voy a probar el piano! ¿No estará cerrado? Ha de tener la llave puesta, si no avisa y volviéndose a Lorenzo: ¡y qué bien toca Ricardo, eh?...

¿Don Román? exclamó tía Pepilla. ¡No vendrá, Rorró, no vendrá.... El pobrecillo no está para esas cosas! Le traeré yo, si no está con el reuma; le traeré yo, y estará muy contento, y para que no tenga que salir a la calle a media noche dormirá aquí. Angelina y él serán los padrinos.... ¿Se aprueba lo que propongo? ¿? Pues.... ¡Aprobado! ¡Qué gratamente que pasamos la noche!

A las dos formas de gobierno que por entonces contendían en España, se las representaba el auditorio de Amparo tal como las veía en las caricaturas de los periódicos satíricos: la Monarquía era una vieja carrancuda, arrugada como una pasa, con nariz de pico de loro, manto de púrpura muy estropeado, cetro teñido en sangre, y rodeada de bayonetas, cadenas, mordazas e instrumentos de suplicio; la República, una moza sana y fornida, con túnica blanca, flamante gorro frigio, y al brazo izquierdo el clásico cuerno de la abundancia, del cual se escapaba una cascada de ferro-carriles, vapores, atributos de las artes y las ciencias, todo gratamente revuelto con monedas y flores.

En su gabinete, a las horas que tenía libres, seguía rindiéndole el mismo culto fervoroso y humilde. Miguel había hecho poco caso hasta entonces de aquellas aficiones. Mas un día, al pasar por delante del cuarto de su amigo, viendo por la puerta, que se hallaba entreabierta, una figura tapada con un lienzo, se decidió a entrar. Levantó la tela y quedó gratamente sorprendido.

Mario le estrechó la mano en silencio. Llegó por fin el mes de Febrero, época en que debía inaugurarse la exposición de Bellas Artes. Mario hizo un esfuerzo supremo, y el magno grupo quedó terminado a tiempo y vaciado en yeso. Cuando Rivera, que había dejado de ir al estudio en los últimos tiempos adrede, lo vio en esta forma, quedó gratamente sorprendido.

Pero, a la verdad, la bahía de Nueva York sorprende gratamente al que pisa el suelo de la gran nación americana con el espíritu dispuesto sólo a la contemplación del lado positivo de la vida humana, a los espectáculos estupendos de la industria, y no a las bellezas naturales... Todo nuevo, todo fresco y rozagante.

Hoy has hecho una barrabasada de marca, lo bastante para que Irene se separase de ti; pero a se me antoja que no es tan grande como parece, porque eres un chiquillo aturdido. Estoy segura de que mismo no te explicas la gravedad de ella.... Pepa continuó su sermón en tono dulce y persuasivo. Emilio, que esperaba una rociada de injurias, quedó gratamente sorprendido.

Al contrario, sin saber por qué, me sentí gratamente impresionado, y ya me disponía a tomar pie de ella para insistir en mi fogosa declaración, cuando nos sorprendió una voz que sonó a nuestra espalda. Le veo a usted muy inclinado a los niños, amigo Sanjurjo. Era el malagueño, que nos había alcanzado. Me volví y advertí en su rostro una sonrisa irónica que me crispó.

Predispuesto como estaba al enternecimiento, aquella escena me produjo una impresión viva. Despertaron en mi espíritu las dormidas emociones de la infancia, cuando mi madre me llevaba a confesar con fray Antolín el excusador. Sentime gratamente turbado y en la mejor disposición posible para llorar los pecados de mi vida y acercarme contrito al tribunal de la penitencia.