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¡El joyero Simoun! interrumpió otro, pero ¿qué tiene que ver ese judío con las cosas de nuestro país? Y nosotros que le enriquecemos comprando... ¡Cállate! le dijo otro, impaciente y ansioso de saber como pudo vencer el P. Irene á tan terribles enemigos. Hasta había grandes empleados que estaban en contra de nuestro proyecto, el Director de Administracion, el Gobernador Civil, el chino Quiroga...

Encuéntrase aquí la enfermedad de los dos Príncipes; la repentina aparición de San Bartolomé al Rey, estando cerradas las puertas, y, por último, el delirio de Irene, acerca del cual Abdias dice lo siguiente: «Teniendo Polynio una hija loca, llegó á su noticia este exorcisador de demonios, y lo hizo buscar, y le suplicó de esta manera: «Mi hija es atormentada horriblemente, etc

Cloro, á quien antes se le ha profetizado que así él como su amigo Licinio habían de ser emperadores, acepta el proyecto, y es acogido por la princesa Irene con la mejor voluntad como su esposo prometido.

Por último, los griegos se sublevan contra este tirano insensato, encargan del mando á la desterrada Irene y se apoderan de Constantino, á quien su madre condena á perder la vista y á cárcel perpetua.

No tenía más familia que una sobrinita llamada Irene, de unos nueve o diez años, huérfana de un hermano de García Grande que había sido caballerizo de S. M. Esta era la inseparable amiguita de la niña de Bringas, y por las tardes se las veía, muñeca en mano y merienda en boca, jugando en la terraza o en las partes más claras de aquellas luengas calles cubiertas.

El secretario miró con cierta inquietud al P. Sibyla y al P. Irene. Lo gordo iba á salir. Ambos se prepararon. La solicitud de los estudiantes pidiendo autorizacion para abrir una Academia de Castellano, contestó el secretario. Un movimiento general se notó entre los que estaban en la sala y despues de mirarse unos á otros fijaron sus ojos en el General para leer lo que dispondría.

Irene y los judíos, testigos de este portento, se convierten al cristianismo.

Porque... porque si el procurador llega á saber que está usted aquí no lo hará sin que antes usted le envié un regalo y algunas misas. Cierto era lo que había dicho el P. Irene: la cuestion de la Academia de castellano, tanto tiempo ha presentada, se encaminaba á una solucion.

En contra de tan injusta acusación me toca decir que ni Clara, ni Lucía, en El Comendador Mendoza, ni menos aún Irene, en El Doctor Faustino, carecen de todas aquellas prendas y requisitos que pueden y deben hacer de la mujer una criatura angelical.

Eso precisamente le contestaron al P. Irene, continuó Makaraig, y él replicó que era buena ocasion aquella para que reviva, y aprovechándose de la presencia de D. Custodio, uno de los vocales, propuso que en el acto se nombrase una comision, y vista y conocida la actividad de D. Custodio se le nombró ponente y ahora está el espediente en sus manos.