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No pude ir hasta el rancho de los Ocotes para encontrar al mozo y me conformé con aguardarle en el corredor. Yo esperaba que papá, no estuviera presente, pero estuvo. ¡Qué miedo, Rorro! ¡Qué miedo!. El mozo que llega, y papá que sale. El recibió el paquete, lo abrió, tomó sus cartas y me dio las mías, sin decir palabra. Después no me preguntó nada.

Hoy o mañana vendrá el muchacho.... Si vieras, Rorró, contestó mi tía precipitadamente que ya voy entrando en cuidado. Hace más de quince días que no tenemos noticias de Angelina. Antes... ¡vaya!... la Semana Santa... luego los huéspedes...pero ahora... Las niñas Castro Pérez llegaron desde antier.... ¿Por qué no escribió con ellas? ¡Así la dejarían de aburrida!

¿De qué hablaban, Rorró? Angelina se apresuró a responder: De que Rodolfo se ha estado un siglo para separar esos pétalos. Y diga usted también que decía que estoy prendado de la señorita Fernández. ¡Qué es eso, Rorró! exclamó mi tía. Señora, eso cuentan por ahí.... ¿Usted lo cree, tía? No, muchacho; ni sería de mi agrado. A Carmen que le gustaría.

Estaba el cielo muy limpio y despejado; ni una nube en esa región; y yo me decía: ¡quién fuera pajarito para volar hacia allá, y volar, y volar en busca de Rorró, de mi Rorró!

El doctor Sarmiento dice que no tiene remedio; pero que la cosa va larga; vivirá así, tullida, más o menos, pero que eso de sanar, sólo por milagro.... Pero mira, mira, tengo mucha fe en la Santísima Virgen. Entra, Rorró, entra. La pobre Carmen se va a poner tan contenta.

Rorró; así me decía ya, sin que este nombre cariñoso llamara la atención de mi tía. ¡Rorró, deje usted el libro y ayúdeme! Se trataba de separar los pétalos uno a uno, sin estropearlos, con la punta de un alfiler, para que la tela no perdiese el barniz que traía de la fábrica y sacaran las flores un brillo natural.

No aspiraba ella a tener uno solo, sino que quería verse rodeada de una serie, desde el pillín de cinco años, hablador y travieso, hasta el rorró de meses que no hace más que reír como un bobo, tragar leche y apretar los puños.

, Rorró, prosiguió conmovida así entendía estas cosas tu papá; así las entendía tu abuelito. Mira; oye mis consejos, que no te irá mal. Aunque eres pobre te casarás, , porque no te has de quedar soltero, como don Román, tu maestro, ni has de ser sacerdote. Te casarás, y... ¡cuánto le pedimos a Dios que hagas buena elección!

No sabía yo por dónde dirigirme. Llegaron a mis oídos voces conocidas, sonó en la cerradura de la puerta contigua ruido de llave, y salió mi tía Pepa, tendiendo los brazos. ¡Muchacho! ¡Muchacho! Mi Rorró, ven, ven para que te abrace! Estrechándome, repetía con su locuacidad de siempre: ¡Niño de mi alma! ¡Si estás tan alto que no te alcanzo! Entra para que te veamos. La emoción la ahogaba.

¡Vamos, muchacho... vamos! ¿Qué aguardas? Y Angelina: ¿despertaste a señora Juana para que se quede con Carmen? , señora. Pues vámonos, Rorró, que de aquí a San Antonio ya tenemos que andar. Está lejos, pero allá iremos, repetía que allí hay pisos, y sonajas, y panderos, y música de cuerda que toca sones y piezas alegres, y la misa no es larga.... ¡Cómo que la dice el P. Solís!