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Y, con un gesto a lo Thuillier, el gran cirujano se lanzó sobre el enfermo, quien, bajo la influencia del cloroformo, había comenzado a cantar unas peteneras. Los admiradores no pudieron contenerse y rompieron a aplaudir. Van ustedes a ver con qué rapidez procedo añadió el gran cirujano . Toda la operación se reduce a tres trazos. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!...

Noté que se estremeció un poco al verme entrar en su alcoba; pero yo la tranquilicé con una sonrisa, y me acerqué a besar su casta frente. Todo lo tenía yo hábilmente preparado, y fué cuestión de medio segundo aplicarle el cloroformo y adormecerla. Una vez logrado esto, pude proseguir mi tarea con toda calma.

No quiero describir aquí con todos sus pormenores la infame matanza del cerdo, como yo la he presenciado en mi lugar siendo niño todavía: aquel río de sangre brotando con ímpetu de la herida garganta y cayendo en un lebrillo, donde una robusta moza le agitaba para que no se cuajase; la más gentil zagala se entretenía en menear el rabo al cerdo para que se desangrase mejor, y el cerdo daba roncos, lastimeros y desgarradores gruñidos. ¿No sería posible valerse del cloroformo o de otro eficaz anestésico para ejecutar tan cruenta operación sin que la víctima padeciese? ¡Quién sabe!

La voz cálida y arrastrada de voluptuosidad sonaba aún burlona. Usted se mataría... ¡Linda cosa! Yo también me maté... ¡Ah, le interesa! ¿verdad? Pero somos de distinta pasta... Sin embargo, traiga su cloroformo, respire un poco más y óigame. Apreciará entonces lo que va de su droga a la cocaína. Vaya.

Si fuera descalzo, se notaría que camina con los pulgares del pie doblados hacia abajo. No tiene esto nada de extraño, porque el sepulturero abusa del cloroformo. Incidencias del oficio lo han llevado a probar el anestésico, y cuando el cloroformo muerde en un hombre, difícilmente suelta.

¡Ah! ¡Preciso es saber lo que son ocho años de agonía! ¡Ocho años, desesperado, helado, prendido a la eternidad por la sola esperanza de una gota!... , es por la cocaína... ¿Y usted? Yo conozco ese olor... ¿cloroformo? repuso el sepulturero avergonzado de la mezquindad de su paraíso artificial. Y agregó en voz baja: El cloroformo también... Me mataría antes que dejarlo.

Pero un antídoto, señor Simoun... tengo apomorfina... tengo éter, cloroformo... Y el sacerdote trataba de buscar un frasco hasta que Simoun, impaciente, gritó: Es inútil... ¡es inútil! ¡No pierda usted tiempo! ¡Me iré con mi secreto!

Estuvo a punto de perder el sentido. Suspendió el experimento y pensó si sería mejor que otro lo efectuase. Pero en tal caso no sería él quien sorprendiese el misterioso origen del pensamiento, sino el operador. Nada podría revelar por su cuenta. Además, la operación necesitaba llevarse a cabo con cloroformo: de eso estaba bien seguro.

Asombro de haber sufrido un dolor inmenso, momentos antes; súbita y llana confianza en la vida, ahora; instantáneo rebrote de ilusiones que acercan el porvenir a diez centímetros del alma abierta, todo esto se precipita en las venas por entre la aguja de platino. ¡Y su cloroformo!... Mi mujer murió.

Nuestro conocido espera la noche para destapar su frasco, y como su sensatez es grande, escoge el cementerio para inviolable teatro de sus borracheras. El cloroformo dilata el pecho a la primera inspiración; la segunda, inunda la boca de saliva; las extremidades hormiguean, a la tercera; a la cuarta, los labios, a la par de las ideas, se hinchan, y luego pasan cosas singulares.