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Una explosión de gritos y aplausos saludó el automóvil en el que llegaba Nélida con su hermano y Ojeda. Los padres, que habían sido de los primeros en regresar al buque, aguardaban impacientes. Pero el señor Kasper cortó con una acogida cariñosa la belicosidad de su cónyuge, irritada por esta tardanza. Juntos admiraron el pajarraco rojo y verde que sostenía Nélida en una mano.

Jaime se unió a las dos mujeres, y entonces vio salir de entre los matorrales a Pepet, que caminaba fuera del sendero persiguiendo piedra en mano a un pajarraco cuyos graznidos habían llamado su atención.

Belzebuth, el gato negro del doctor Cornelius, tenía un odio feroz a Poll, y dos o tres veces estuvo a punto de matarlo. Tommy solía entretenerse en hacer rabiar al pajarraco.

La curia tomó sus medidas; y he aquí el arbitrio de que echó mano. Un día en que el rey se paseaba a caballo cerca del susodicho muelle, vio venir un batel, que se detuvo a una respetuosa distancia de su persona. En este batel se hallaba una especie de cuervo o pajarraco negro de mal agüero.

Dirigieron la vista hacia donde el Capitán les había indicado, y vieron, sosteniéndose en una gruesa rama, un pajarraco negro del tamaño de un cuervo, y que a intervalos regulares daba ladridos tan perfectos que parecían salir de la garganta de un perro. ¡Dichoso país! exclamó Cornelio . No sabía que hubiera pájaros que ladrasen . Por fortuna, son inofensivos. Vámonos a dormir.

El tenía al lado un aguilucho al decir sus cosas, y yo, a falta del pajarraco, tengo cinco perros que entienden más que muchas personas, y me rodean y me escuchan cuando digo las mías... Porque , Isidrillo, aunque parezca que te pitorreas de mi persona, bien reconoces que tengo algo de sabio. ¿Quién puede dudarlo? exclamó Maltrana con tono zumbón . Por algo te llamo Zaratustra.

Otras veces, los que eran más brutales en su batalla con el hambre, si conseguían matar a pedradas en el campo un cuervo o algún otro pajarraco de rapiña, conducíanlo en triunfo al cortijo y lo guisaban, celebrando con una risa de desesperados este banquete extraordinario. Los hombres empezaban de pequeños el aprendizaje de la fatiga aplastante, del hambre engañada.

El encuentro de aquel hombre en aquellas circunstancias habíale inspirado un terror muy parecido al que sintió meses antes, al ver vacíos en el álbum del tío Frasquito los huecos ocupados en otro tiempo por los tres sellos. ¿Qué vendría a buscar aquel pajarraco en la corte? ¿Tendría que ver algo su venida con el asunto de los masones? ¿Habría acaso en todo aquello algo más que una estúpida broma?

A uno y otro lado, en cada una de las enjutas, un escudo esculpido alternaba en sus cuarteles los blasones de las principales familias avilesas: el pajarraco de los Aguilas, los roeles de los Blázques, la cabria y el mazo de los Bracamontes. Hermosos clavos tachonaban el maderaje de la puerta, y un cincelado aldabón, arrancado quizá de algún alcázar andaluz, colgaba del postigo.

Constantemente repetía un latinajo que, si no recuerdo mal, era similia similibus curantur, lo que yo, en verdad, no qué quiere decir; pero cuando algún marinero se quejaba al capitán de una paliza, él le aconsejaba que le diera otra; si se quejaba de falta de dinero, que le quitase el sueldo. Siempre con el sistema del Hombre del Gallo. A aquel pajarraco de mal agüero todo el mundo le odiaba.