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Los hombres del temple de don Diego no son los más difíciles de engañar, y el león se arroja con mayor aturdimiento sobre la trampa que el zorro. La sencillez, la rectitud y todas las cualidades generosas son otros tantos defectos para tratar con ciertas gentes. Un corazón honrado no desconfía de los cálculos y bellaquerías de que es incapaz, y cada cual se hace el mundo a su imagen.

Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen contándolos, determinó pasarse al reino de Aragón y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al oficio de titerero; que esto y el jugar de manos lo sabía hacer por estremo.

Este último sobre todo. ¿Qué culpa tenía el pobre inocente de las bellaquerías maternales? Siempre parecía duro arrojarle de una casa donde, al fin y al cabo, el dueño era su padre.

Dijo Espinosa: Algún necio La suerte le barajara; Que yo de tropelías. Alvarado replicó: Miente el que dice que yo Puedo hacer bellaquerías. Espinosa en este punto El sombrero le tiró, Metieron mano, y llegó El presidio todo junto Y pusiéronlos en paz, Hasta que con la alabarda Llegaste al cuerpo de guarda. NARV. Y ¿en eso estás pertinaz? ¡Gentil engaño porfías!

La más desaforada piruja, la que, abusando de la lascivia senil y fomentándola con maña diabólica, llega a apoderarse del corazón y de las riquezas de un viejo chocho, ya suele mostrarse generosa para hacerse perdonar sus bellaquerías, aun sin tener el menor resquicio de bondad en su alma, ya para serenar su conciencia echa en la balanza de sus acciones alguna buena que sirva de contrapeso a las malas.

Con esto, además, se quería dar a entender que las tales bellaquerías eran como el refinado producto del esfuerzo secular de una exquisita cultura, y el triste resultado de nuestros materiales progresos. Lejos de ser así, debe entenderse que los hombres, para ser malos y bellacos, no han menester vivir a fines de siglo, ni en época y sociedad muy adelantadas.

Si estotro dice que sabe Tropelías, ¿en qué cabe Que entiendas bellaquerías Y que lo entiendas por ti? Y el haberle desmentido, A Espinosa no ha ofendido, Pues él lo dijo por ; Y si ofensa no se ve Ni Alvarado desmintió, El sombrero que tiró De ningún efecto fué; Y cualquier soldado sabio, Que en agravio, si le hubiera, Las espadas juntas viera, Dirá que cesó el agravio.

De este desequilibrio, casi universal hoy, padecía la casa de don Manuel, obligado con sus medios de hombre pobre a mantenerse, aunque sin ostentación ni despilfarro, como caballero rico. ¿Ni quién se niega, si los quiere bien, a que sus hijos brillantes e inteligentes, aprendan esas cosas de arte, el dibujar, el pintar, el tocar piano, que alegran tanto la casa, y elevan, si son bien comprendidas y caen en buena tierra, el carácter de quien las posee, esas cosas de arte que apenas hace un siglo eran todavía propiedad casi exclusiva de reinas y princesas? ¿Quién que ve a sus pequeñines finos y delicados, en virtud de esa aristocracia del espíritu que en estos tiempos nuevos han sustituido a la aristocracia degenerada de la sangre, no gusta de vestirlos de linda manera, en acuerdo con el propio buen gusto cultivado, que no se contenta con falsificaciones y bellaquerías, y de modo que el vestir complete y revele la distinción del alma de los queridos niños?

Lo contrario sería conspirar á que prevaleciese el villano refrán de que quien roba á un ladrón tiene cien años de perdón, y contribuir á que la vida, la historia, el desenvolvimiento civilizador de la sociedad sean una trama inacabable de bellaquerías.

En una ocasión prendió la justicia á varios ladrones, y uno de ellos, hombre despejado, á lo que se vió, suplicó con grandes instancias le concediesen la plaza de ejecutor de la justicia, y como quiera que á la sazón ésta se hallaba mal servida porque el verdugo andaba enfermo y achacoso, y el solicitante, que era el propio Onofre, ofreció desempeñar el puesto por la mitad del sueldo, le fué encomendado; pero tantas fueron las bellaquerías y malas acciones que cometió á partir de entonces, que la Audiencia lo condenó á cárcel perpetua, y á no salir de ella sino cuando tenía que ejercer su triste misión, muy escoltado, y así que daba fin de ella volvían á encerrarle.