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Mas la viuda de Ti-Chin-Fú, las mimosas señoras de su descendencia, los nietos pequeñitos... ¿los dejaría bárbaramente morir de hambre y frío en las negras viviendas de Tien-Hó? No. Esos no eran culpables de las pedradas que me tiró el populacho.

Parecióle muy pronto estrecho el campo de sus operaciones y extendió su radio hasta el Bajo; allí entre las toscas y bajo los sauces, se daban batallas a pedradas y rara era la vez que no sacaba alguno de la banda soberbia magulladura.

Cantó cuanto quiso, se guardó la pistola con aire de vencedor; pero luego, a la salida, en la negrura de los campos, cuando los atlots se dispersaban con auquidos de irónica despedida, dos certeras pedradas salidas de la sombra dieron con el bravucón en el suelo, y durante varios días dejó de acudir al cortejo por no mostrarse con la cabeza entrapajada.

Febrer iba de pesca con el tío Ventolera muchos días de mal tiempo. El viejo conocía bien su mar. Algunas mañanas que Jaime se quedaba en el lecho viendo filtrarse por las rendijas la luz lívida y difusa de un día tempestuoso, tenía que levantarse apresuradamente al oír la voz de su compañero, que «cantaba la misa» acompañando los latinajos con pedradas a la torre. «¡Arriba!

Porque aunque lamenta como particular la ofensa, el robo y las pedradas que mi huésped sufrió, como ministro del Imperio, ve ahí una dulce oportunidad para exigir a la ciudad de Tien-Hó, en concepto de indemnización, y en castigo de la injuria hecha a un extranjero, la importante suma de trescientos mil francos.

Con los hijos de Dupont llegaba Luisito, huérfano de un hermano de don Pablo, cuya cuantiosa fortuna cuidaba éste; y las hijas del marqués de San Dionisio, dos niñas revoltosas de ojos cándidos y boca insolente, que se peleaban con los muchachos y los hacían correr a pedradas, revelando en sus audacias el carácter de su famoso padre.

Y tanto menudeaba las pedradas y con tal furia, que un alguacil se vio obligado a volverse para castigarle. El muchacho se puso en salvo corriendo. A los dos minutos ya estaba allí otra vez apedreándoles y gritando: ¡Deja esa vaca, ladrón!... ¡deja esa vaca, ladrón!

Disparaba la honda con habilidad extraordinaria y mataba a pedradas los aviones que pasaban volando; montaba bien a caballo; guiaba como pocos un carro de guerra; sabía de memoria los mejores versos turdetanos y los componía también muy regulares; con un garrote en la poderosa diestra era un hombre tremendo; con las mujeres era más dulce que una arropía y más sin hiel que una paloma; corría como un gamo; luchaba a brazo partido como los osos, y poseía otra multitud de prendas que le hacían recomendable.

No vengo a hacerte daño, sino a anunciarte la buena nueva de la lección, porque estas pedradas que vienen de arriba sanan, curan y fortalecen». Pero este hombre se decía Fortunata , ¿está cuerdo o está más loco que antes? Buena jaqueca me está dando; pero como no pase de ahí, se le puede aguantar.

En ocasiones, las voces son tan altas, que el cura se ve en la precisión de salir a imponerles silencio. Con tal motivo, les pronuncia siempre un discurso, en que los llama, entre otras cosas, escribas; pero los feligreses recalcitrantes no se dan por ofendidos, y reciben las pedradas del pastor bajando la cabeza con sonrisilla irónica.