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Al otro dia le trae la vieja de almorzar, le visita las espaldas, se las estriega con otra pomada, y luego le trae de comer: á la noche vuelve, y le trae que cenar. El tercer dia fué la misma ceremonia. ¿Quién es vm.? le decia Candido; ¿quién le ha inspirado tanta bondad? ¿cómo puedo darle dignas gracias? La buena señora nunca respondia palabra, pero volvió aquella noche, y no traxo que cenar.

No tienes una idea del número de criaturas que pasan diariamente por aquí, y a las que vendo, por diez francos, unos tarros de pomada que a nosotros nos cuestan cincuenta céntimos, comprendido el envase. ¡El temor de envejecer...! ¡Esto es terrible para las mujeres que no saben hacerse viejas...! ¡Bah...! ¡No hay sacerdote que haya oído las confesiones que yo escucho a diario en uno de estos compartimientos!

Confuso Candido con todo quanto habia visto, y quanto habia padecido, y inas todavía con la caridad de la vieja, le quiso besar la mano. No es mi mano la que has de besar, le dixo la vieja; mañana volveré. Untate con la pomada, come y duerme. No obstante sus muchas desventuras, comió y durmió Candido.

Después que hubo colocado los efectos sobre la mesa de noche y esparcido la pomada sobre las hilas con un cuchillo, la joven esposa dijo suavemente: Vamos. Gonzalo se incorporó, y desabrochando la camisa expuso al aire su pecho de hércules de circo, a cuyo costado derecho estaba adherida una cantárida. La joven se inclinó para levantar el parche.

Gracias sin duda a la pomada, el pelo no se quedó atrás y también se mostró cual Dios lo hizo, negro, crespo, brillante. Sólo dos accesorios del rostro no mejoraron, tal vez porque eran inmejorables: ojos y dientes, el complemento indispensable de lo que se llama un tipo moreno.

Aquella noche, pues, no hizo la menor observación sobre el traje de don Braulio; pero no por eso dejó de anudarle con gracia el lazo de la corbata, ni de alisarle el pelo, ponerle pomada y peinarle lo mejor que supo. Los tres tomaron un cochecito con bigotera y se fueron a los Jardines. En el camino decía don Braulio: Me parece, y lo siento, que se van ustedes a fastidiar. No tenemos amigos.

Me está molestando mucho... Busca las hilas y la pomada, y trae unas tijeras que corten bien. Ventura salió sin decir nada. Poco después volvió con aquellos enseres en las manos. Se había puesto seria y parecía distraída. El tenía impreso en el rostro el hastío y el malestar que causa la cama.

Luego dirigió su atención al tocador de la hermana; fue viendo uno por uno los botes que en él había, metiendo en todos las narices y diciendo «¡qué bueno!» o «¡qué rico!». Se puso pomada, se perfumó con esencias y se lavó las manos, sonriendo de gusto al ver cómo se deslizaban dedos sobre dedos al suave resbalar del jabón.

=Dósis.= Aparte del uso esterno de la cantárida como vejigatorio, lo mas comun y regular es emplear una ó dos gotas de la primera á la sesta atenuacion; en algunos casos de úlceras, de quemaduras, de irritaciones mucosas antiguas, de lesiones de tejido, de edemas, puede darse igual dósis de la tintura, y aumentarla hasta 5 ó 6 gotas en agua para veinticuatro horas; tambien se emplea en algunos casos la misma sustancia al esterior, en lociones ó pomada, en la proporcion de 4 á 5 gotas por 30 gramos de manteca ó de líquido.

Vestían con elegante atildamiento; seguían las modas en sus mayores exageraciones. Las lacias melenas brillantes de pomada eran la única revelación de sus entusiasmos literarios. Cuerpo de dandy y cabeza de artista dijo uno de ellos a Isidro, resumiendo así los cánones de su indumentaria. El silencio de admiración con que el joven les escuchaba despertó cierta simpatía en favor suyo.