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Tras un candelabro, y con todo el rostro iluminado por el resplandor numeroso de las bujías, el Guardián de Santo Tomás prorrumpió: ¿Hay, por ventura, fuero más fuero que el de la Santa Inquisición? Allá se las arreglen, señor don Diego, que aquí estamos en Castilla.

A un silbido de Tiburcio, que era la convenida señal, Teletusa, que estaba aguardando, abrió sin ruido la puertecilla falsa del jardín, y guiándolos por lo más umbrío de la frondosa espesura, los introdujo en la casa, subió con ellos la escalera, atravesó corredores y salas, y vino a parar a amplio dormitorio escasamente alumbrado por tres velas de cera, puestas en un candelabro de plata, sobre una mesa que estaba en el centro de la estancia.

Aquí un candelabro; allá un ramo de flores; subir un poco más esa lámpara; poner derecha la corona a esa Virgen... En lo interior del convento también reinaba agitación. Un grupo de monjas contemplaba, desde la puerta de una celda, cómo otra compañera daba la última mano al pobre lecho que estaba arreglando, después de haber colgado el crucifijo reglamentario sobre la cabecera.

Decía que el gorro de dormir era una punta que atraía los atributos de la infidelidad conyugal. Pero aquella noche había tenido frío, y a falta de gorro de algodón o de hilo, se había cubierto con el que usaba de día, aquel gorro verde con larga borla de oro. Ana vio y oyó que en aquel traje grotesco Quintanar leía en voz alta, a la luz de un candelabro elástico clavado en la pared.

Hallábase realmente conmovido el señor de la Lage: era la primera vez que casaba una hija; sentía desbordarse en su alma la paternidad, y al tomar de la mano a Nucha para conducirla a la cámara nupcial, alumbrándoles el camino Misia Rosario con un candelabro de cinco brazos cogido de la mesa del comedor, no acertaba a pronunciar palabra, y un poco de humedad se asomaba a sus lagrimales áridos, y una sonrisa de orgullo y placer entreabría al mismo tiempo su boca.

Acercó su cara morena y larga, de levantino, de ojos grandes, azules, húmedos, apasionados y rientes, de bigote brillante y barba puntiaguda y algo rizada, fina, sedosa, al rostro de Emma, encendido, casi asustado; fijó la mirada desfachatada y alegre en los ojos de la dama, y hasta se permitió, para ver mejor, mover un poco un candelabro del piano, de modo que la luz llenase las facciones que examinaba como absorto.

A los dos extremos de la mesa había un bosque, por decirlo así, de botellas de riquísimo cristal, sobre salvillas rodeadas de copas. A la derecha y á la izquierda de esta mesa había otras dos cubiertas de otros platos y de otras botellas y alumbradas cada una por un candelabro en forma de ramillete, de entre cuyas flores, admirablemente contrahechas, salían las bujías.

Ella recordaba entonces, por amorosa comparación, el amanecer de invierno en el internado religioso. Se levantaban todas las colegialas para la misa del alba, y en el templo, a oscuras todavía, tres o cuatro cirios echaban un amarillento resplandor, que relucía en el reborde de algún candelabro o temblaba sobre la cara llorosa de la Virgen.

Cuidado que eres sensible de veras. A ver, a ver esa cara. Alzó el candelabro para alumbrar el rostro de Nucha. Estaba ésta encendida, demudada, y por sus mejillas corría despacio una lágrima; pero al darle la luz en los ojos, no pudo menos de sonreír ligeramente y secar el llanto con su pañuelo.

Ramiro, dejándose caer en una silla, junto a la pequeña mesa aderezada ya para la cena, fijó su mirada en el blanco mantel, que resplandecía bajo las llamas del candelabro, y después de largo silencio, repuso: Aunque así fuera, es menester seguilles. Ellos son los valientes y los honrados.