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ESCIPIÓN. ¡De ningún modo! ¡Qué pesadez, Dios mío! ¡Marchaos y no temáis nada! CLEOPATRA. Muy bien; ¿pero nos llevaréis en brazos? ESCIPIÓN. ¿Cómo? CLEOPATRA. ¿No comprendéis? Pues es muy sencillo: ya que nos habéis traído aquí, debéis ahora llevarnos junto a nuestros maridos. La distancia es muy larga, y no podemos ir a pie.

¿Cómo sabéis vos lo de las cartas? repitió doña Clara. Yo, señora... como tengo mujer... como tengo una hija... ¿Pero qué tienen que ver en esto vuestra mujer y vuestra hija? Tienen... porque me obligan á pensar en ser rico... ¿Pero no me comprendéis? ¡no os pregunto eso! ¡nada me importa eso! Es que, señora, como quiero ser rico, trato con ese Gabriel Cornejo.

No , no dijo verdaderamente asustado Montiño. Tratándose de la honra de su majestad dijo severamente doña Clara , ya comprendéis, Montiño, que es necesario obrar de una manera enérgica; creo que os será preferible confesar ante que ante otra persona...

Todos los días, por la tarde, digo una oración de muy pocas palabras: un cántico interior que ninguna persona llegaría a entender; pero vos, Dios mío, vos lo comprendéis muy bien, como entendéis el zumbar de los insectos entre las florecillas de los matorrales y el ruido de la hoja seca, juguete del viento.

Con nada están satisfechas. Yo, os dicen ellas, si yo creyese, ya lo veríais... haría esto y lo otro... en fin, la perfección... Pues bien, yo soy lo mismo en materia de casamiento... Lo comprendo de tal manera, que creo que nadie es capaz de comprenderlo como yo... Esta es la razón por que no me caso. ¿Cómo lo comprendéis? Veamos dijo la joven en un tono de una ligera ironía.

La reclusa entra en ella, cierra cuidadosamente la puerta, y ya está en su casa. ¡En su casa! ¿comprendéis esta palabra? cuatro paredes desnudas, pero blancas; un crucifijo de ébano encima de una mesita de nogal cubierta de flores; una reja que da sobre la verde pradera; una cama estrecha, sobre la cual se puede soñar.

Al fin la dama se detuvo en una cámara más pequeña. Sobre una mesa había un candelero de plata con una bujía, única luz que iluminaba la cámara, y junto á la mesa un sillón de terciopelo. Sin duda que comprendéis por qué os he llamado dijo con severidad la dama.

¡Ahora lo comprendo! exclamó Van-Stael . El muy pillo, aprovechando la orgía de los chinos, cortó las cuerdas con los dientes y rompió las cadenas a hachazos para que el junco embarrancase en las escolleras de la bahía! ¿Y por qué no se mueve el barco si no está anclado? El reflujo ha debido llevarle fuera de la bahía. Tengo miedo de comprender tus palabras, Van-Horn. ¿Las comprendéis?

¿Y qué tiene que ver ese López con tu sobrino? le replicaban. Pues que es antepasado de Martín. No comprendéis nada. Tellagorri pagó caro el triunfo obtenido por su sobrino en la caza de los jabalíes, porque de tanto beber se puso enfermo.