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LEONOR. No, no morirás; yo iré a salvarte; del tirano feroz la sangrienta mano con mi llanto bañaré. ¿Temes? Leonor te responde de su cariño y virtud. ¿Aún dudas con inquietud? Ya no puedo ser del Conde. Cámara del Conde de Luna; éste estará sentado cerca de una mesa y don Guillén a su lado de pie. DON NU

Presentía el porvenir: adivinaba que iba á serte fatal. ¿Cómo podía unirse una vida recta y franca como la tuya con mi existencia de aventurera mezclada en tantos compromisos inconfesables?... Pero te amaba. Quise salvarte con mi alejamiento, y á la vez tuve miedo de no verte más.

10 Atavíate ahora de majestad y de alteza; y vístete de honra y de hermosura. 11 Esparce furores de tu ira; y mira a todo soberbio, y abátelo. 12 Mira a todo soberbio, y próstralo, y quebranta a los impíos en su asiento. 13 Encúbrelos a todos en el polvo, venda sus rostros en la oscuridad; 14 y yo también te confesaré que podrá salvarte tu diestra.

No se sintió con fuerzas ni aun para salvarte del poder de Soleyman, que cayó al fin sobre y vengó en las afrentas recibidas por sus feroces africanos. Afeminado, débil, dejó que su enemigo te tomara por asalto; desapareció á la hora del peligro tras los soldados que habian de velar por tu defensa; y te abandonó medio moribunda al furor de los que venian dispuestos á acabar contigo.

Mas ¡cuán pasagera fue tu dicha para el dolor y la amargura que hubiste de devorar en medio de las tinieblas y el silencio! Casto Longino, gobernador en nombre de César, te arrancó tu libertad y tus tesoros: sufriste, lloraste; y cuando no pudiste ya con tus pesares, no encontraste otro medio para salvarte de su codicia que lanzarte al campo de batalla.

Todas mis promesas no podrían salvarte la vida si alguien llegase a saber que el Rey está en el castillo. ¡Yo mismo te mataría como un perro si la verdad se sospechase siquiera en esta casa! Cuando hubo salido miré a Sarto. ¡Difícil empresa, amigo! le dije.

Ya puedo espirar. MANRIQUE y LEONOR MANRIQUE. Te encuentro al fin, Leonor. LEONOR. Huye; ¿qué has hecho? MANRIQUE. Vengo a salvarte, a quebrantar osado los grillos que te oprimen, a estrecharte en mi seno, de amor enajenado. ¿Es verdad, Leonor? Dime si es cierto que te estrecho en mis brazos, que respiras para colmar hermosa mi esperanza, y que extasiada de placer me miras. LEONOR. ¡Manrique!

, ya que no puedo ser tu esposa. Seré tu criada... tu esclava interrumpió Soledad con ímpetu. ¡Silencio! Para el hombre de corazón nada hay más imposible que la maldad. Una voz interior me dice que he nacido para protegerte, para salvarte de la infamia. Confíame tu suerte. Ignoro lo que serás con el tiempo para , pero puedes estar segura de que nada haré que pueda rebajarte.

Por eso, si no me casara con otro, para poner cuanto antes una barrera delante de , sería capaz de correr a casa de Julio y suplicarle que nos marcháramos de aquí, lejos, a cualquier parte, a un sitio donde no pudiera perseguirnos el fantasma de la pobrecita Laura. ¿Comprendes, ahora, porqué debo casarme con Muñoz? ¡Ojalá venga Julio mismo a salvarte! Nada sabe, Raquel.

Estas son las consecuencias. »Ahora escribiré a Isidora, a quien no veré más. La única persona por quien siente emociones cariñosas mi corazón es ella. ¡Cuánto más vales que otras virtudes secas y orgullosas! Nuestras dos almas han simpatizado, porque son similares. Yo no tengo ya salvación; puedes salvarte. Ahora, ánimo. Tremenda cosa es afrontar el dudoso abismo de la eternidad.