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Ahora se había enamorado con entusiasmos de jovenzuelo de una dama elegante y hermosa, de una extranjera que le hacía olvidar sus negocios, abandonar su barco y permanecer lejos, como si renunciase á su familia para siempre... Y el pobre Esteban, huérfano por el olvido de su padre, iba en busca de él con la impetuosidad aventurera heredada de sus ascendientes, y la muerte, una muerte horrible, le salía al encuentro en su camino.

No por cierto: una encomienda. Mirad, padre. Y Montiño sacó un estuche y le abrió. Pero eso es un collar de perlas dijo el padre Aliaga. Montiño, que no se había repuesto de su turbación, había tomado un estuche por otro, y había mostrado al fraile la alhaja que el duque de Lerma le había dado para seducir á la aventurera con quien se pensaba entretener al príncipe don Felipe.

Hay quien dice que hubiera sido capaz de llevarme de la mano y de noche, á obscuras, al cuarto del príncipe don Felipe, solo por heredar á mi padre en el favor del rey, como ha sido capaz de llevar al príncipe don Felipe á los brazos de una aventurera. El padre de la condesa de Lemos era el duque de Lerma. ¿Pero quién se atreve á decir eso?

Un día se presentó en casa una mujer pobremente vestida con aspecto de señora venida a menos; nada de pedigüeña ni aventurera. Había estado a buscarle varias veces y nunca quiso recibirla. Entró porque en lugar de abrir el criado lo hizo la doncella.

Inmediatamente pensó en Freya... Su sombrero, su traje, todo lo que pudo distinguir de su persona, no le recordaban en nada á la otra. Y sin embargo, cuando se alejó el coche, sin que él llegase á ver el rostro de esta desconocida, la imagen de la aventurera persistió en su memoria.

Y , Aniquilla, que te llamas doña Ana; , que hace veinte años andabas por las playas de Gijón descalza, cogiendo ostras y buscando á los marineros; , aventurera ennoblecida por tu hermosura; , miserable, ase de los pies de ese cadáver y pronto, porque no tengo tiempo que perder. ¿Pero qué va á ser de ? exclamó desesperada la hermosa doña Ana. Sea lo que el diablo quiera.

La gente profana decía, entre admiración y broma, que jamás había habido en el mundo aventurera más rumbosa, ni más bizarra y espléndida mujer galante. Claro está que la esplendidez de Rafaela no llegó hasta el necio extremo de quedar ella a pedir limosna o en estrechez tal que la obligase a vivir muy en desacuerdo con la magnificencia de que, durante años, había gozado.

Y hablaba enternecido de aquel hogar oculta, de la familia improvisada que era para él la verdadera. Judith, engordando en su bienestar tranquilo; aburguesándose hasta hacer olvidar á la antigua divette aventurera, Sánchez Morueta la quería mejor así: la creía más suya. Y entre los dos, aquel pequeñuelo de una asombrosa precocidad.

Nuestra inclinación aventurera, en la cual latía ya la inquietud atávica del vasco, pudo aumentarse más oyendo las narraciones de Yurrumendi el piloto, el viejo y fantástico Yurrumendi, amigo y contertulio de Zelayeta padre. Eustasio Yurrumendi había viajado mucho; pero era un hombre quimérico a quien sus fantasías turbaban la cabeza.

Además, ¿adónde iré yo que no esté más fuera de mi sitio, más aislada que en Villafría? ¿Dónde me presentaré que no sea mirada como una aventurera? Casi estoy fuera de toda clase social. Mis parientes me humillarían si me fuese con ellos. Si me fuese sola, dirían todos como D. Acisclo, que yo era una vaca sin cencerro.