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En su opinión, lo que yo debía hacer ahora era presentarme a la madre de Gloria, pintarle mi pasión por su hija, echarme a sus pies y suplicarle que la sacase del convento y nos permitiese casarnos y ser felices. El consejo era poco práctico, y me convenció de que los amores del aspirante a telégrafos habían dejado en el espíritu de Matildita una huella indeleble de romanticismo.

Su Alteza el duque de Estrelsau me ordenó presentar este frasco al Rey cuando hubiese gustado ya otros vinos menos añejos, y suplicarle que lo bebiera en prenda del cariño que le profesa su hermano. ¡Bravo, Miguel! exclamó el Rey. ¡Destápalo pronto, José! ¿Pues qué se ha creído mi caro hermano? ¿Que me iba a asustar una botella más? Destapado el frasco, José llenó el vaso del Rey.

Por eso, si no me casara con otro, para poner cuanto antes una barrera delante de , sería capaz de correr a casa de Julio y suplicarle que nos marcháramos de aquí, lejos, a cualquier parte, a un sitio donde no pudiera perseguirnos el fantasma de la pobrecita Laura. ¿Comprendes, ahora, porqué debo casarme con Muñoz? ¡Ojalá venga Julio mismo a salvarte! Nada sabe, Raquel.

Volví a enredarme de un modo tristísimo, hasta que el capellán me llamó de nuevo al orden. Al cabo, aunque desastrosamente, me expliqué y confesé que estaba enamorado de la hermana San Sulpicio, y que venía a suplicarle que me ayudase contra su familia, que la retenía injustamente en el convento, para hacerla mi esposa.

No estoy enteramente de acuerdo con esa opinión; pero no discutamos... Tiene usted un modo de apreciar las cuestiones demasiado..., demasiado prosaico, por no emplear otro calificativo... Se preocupa usted mucho de los duros... ¿Y uté les ezcupe, compare? Voy a suplicarle a usted un favor..., y es que no me llame usted compadre.

A la mañana siguiente el ayudante recibió la visita del párroco de Sarrió que venía a suplicarle encarecidamente que no se hablase de aquel incidente desagradable en el periódico, prometiendo en cambio todo género de satisfacciones por parte del teniente y don Segis, lo mismo a él que a Sinforoso. Peña no quiso ceder a su demanda.

Siente la áspera indignación, la escandalizada moralidad de todos los despechados. De tal modo aumenta su cólera, que se levanta de la silla. No quiere continuar en el café. La otra le ha visto, y puede creer que la persigue, que espera su salida para suplicarle. Nunca; bastante tiene con ciertas humillaciones que no quiere recordar. Se despide apresuradamente.

Debía de saber que él, Maldonado, hacía tiempo que obsequiaba a Esperanza, que estaba enamorado de ella perdidamente. Sentía en el alma que un amigo tan íntimo le viniese a hacer daño. Recordóle con enternecimiento la infancia, sus juegos, el colegio. Concluyó por suplicarle con voz entrecortada por la emoción que si no tenía un gran interés por Esperancita dejase de darle celos.

Al reconocer al príncipe en el café, olvida al otro, y parece suplicarle con los ojos que abandone su asiento y vaya con ella á las terrazas. Se alejan los dos hacia el concierto, y Miguel vuelve á caer en su meditación... Recuerda su diálogo con don Marcos poco antes, cuando bajaban del cementerio. Toledo parece inconsolable. La guerra no ha terminado bien para él.

Lo que importa es que, ya que la ha traído, se lleve usted inmediatamente a esa señora. Me atrevería a suplicarle que, aunque no la perdone, le permita al menos hablar con usted... Quizá tenga algunas revelaciones que hacerle. No soy curioso. El P. Gil bajó la cabeza y permaneció silencioso mientras el mayorazgo comenzó a pasear agitadamente por la estancia con las manos en los bolsillos.