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Su pensamiento es dejarse morir de hambre. ¿Y qué puedo hacer? Venir a suplicarle. No oirá mi voz. Es la sola que oirá.... ¡No puede ser que le deje morir solo, como un can! ¡Yo no qué hacer! ¿Qué le dice su corazón? ¡Me dice tantas cosas encontradas! ¿Y ninguna grita más fuerte? ¡Ah, ! ¿Por qué no obedece esa voz. ¡Temo el pecado!...

El señor comisario, como quien despierta de un dulce sueño, los miró y miró al delincuente y a todos los que alderredor estaban, y muy pausadamente les dijo: "Buenos hombres, vosotros nunca habíades de rogar por un hombre en quien Dios tan señaladamente se ha señalado; mas pues él nos manda que no volvamos mal por mal y perdonemos las injurias, con confianza podremos suplicarle que cumpla lo que nos manda, y Su Majestad perdone a éste que le ofendió poniendo en su santa fe obstáculo.

Se rindió. ¡El hijo de Vegallana, del primer aristócrata, venía a suplicarle que volviera al Casino! Oh, aquello era demasiado. No pudo sostener la fortaleza de su resolución. Después de todo dijo en el mero hecho de haberse restablecido la legislación que yo invocaba... ya puedo pisar sin desdoro aquel pavimento.... Pues claro que puede usted pisar.

Hasta imitaba los gestos de los guerreros, y al llegar un punto en que hubiese aclamaciones de la muchedumbre, lo hacía tan al vivo, que era preciso suplicarle que bajase la voz para no alarmar a la vecindad. Abreviando todo lo posible la empalagosa narración, sólo diremos que Zumalacárregui había tropezado con el antagonismo de los díscolos jefes que se sublevaron antes que él.

Recientemente han construído en lo alto de ella una especie de templete ú observatorio de pésimo gusto; y, pues me honro con la amistad de dicho señor Marqués, atrévome á suplicarle que mande derribar aquel detestable apéndice, por muy asombrosas que sean las vistas que desde él se disfruten. Los fueros del arte, mi querido D. Enrique, son superiores á los derechos del individuo .

Había una persona a la cual podía contar lo que sufría y lo dijo con tan sincero acento que casi llegó a imaginarse que él mismo creía en la sinceridad de su dolor. dijo Antoñita, por lo mismo que he sospechado que estaba usted aquí entregado al dolor, he venido a suplicarle que venga a la sala. Iré. Deje usted solamente que se sequen mis lágrimas.