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Formaba con Lea una pareja encantadora, pues tenían la misma estatura, las mismas líneas suntuosas y el mismo vigor. Solamente, Lea era tan rubia como Juana morena. Creo que el efecto extraordinario que ambas producían contribuyó por mucho á su mutua afición, pues estaban orgullosas de ese efecto y trataban de producirle. Una pregunta todavía, dijo Tragomer. ¿Lea Peralli no se teñía el cabello?

La popa estaba lisa y en los costados ni una señal del número de filiación y nombre de la matrícula, un ser desconocido que se moría entre aquellas otras barcas, orgullosas de sus pomposos nombres, como mueren en el mundo algunos, sin desgarrar el misterio de su vida. Pero el incógnito de la barca sólo era aparente.

Aquellas aristócratas ocultas tras la piedra que pregonaba sus títulos, sus bandas y su caridad no pasaron toda la vida con la diadema nobiliaria en el peinado y los cintajos en el pecho, echándolas de damas benéficas. Habían sido mujeres orgullosas de su hermosura, propicias a conceder la admiración de sus encantos como una limosna regia.

Y cuando choraban una pieza de tela, unas manzanas o un panecillo, volvían orgullosas a casa, diciendo a las vecinas: Hoy le he dao el jonjanó a un payo. Maltrana, al asomarse a la puerta de alguna de aquellas casuchas, blancas por fuera y negras por dentro, sin otro respiradero que la puerta, conocía el origen de sus habitantes sólo con ver mujeres en su interior o notar su ausencia.

Todos estos hechos, y además la presencia de Leonor, á la que ve salir del aposento del Rey, inquietan su ánimo, y apenas puede ocultar su desasosiego, á pesar de sus palabras orgullosas. Su confusión es completa, cuando ve entrar al Rey, y reconoce en él al caminante, ante quien mostró tanta arrogancia. Don Pedro finge no reparar en él siquiera, y lee tranquilamente ciertos papeles.

Y de pronto, como cuerpo muerto que un obstáculo fortuito ha detenido en su caída y rueda al abismo así que la valla cede y se rompe, las vitalicias se vinieron abajo estrepitosamente, dando rebotes sobre los puntos; y el oro alzó el vuelo y se plantó en el 350, sacudiendo sus alas orgullosas. Un clamor terrible se oyó, prolongado, ensordecedor.

«Sigue en tu sepulcro, intelectual peligroso», continuaba Desnoyers mentalmente. Los marroquíes feroces, los negros de mentalidad infantil, los indostánicos tétricos, le parecían más respetables que todas las togas de armiño que desfilaban orgullosas y guerreras por los claustros de las universidades alemanas. ¡Qué tranquilidad para el mundo si desapareciesen sus portadores!

Ni piden limosna, como los de Italia; ni dan látigo, como los de Rusia; ni se hacen caballeros de industria, como tantos en Francia; ni viven á estilo feudal, como los de Alemania; ni viajan como los de Inglaterra con orgullosas ínfulas.

Pero en esta noche del 25 de Mayo, no era sólo su falta en el cortejo lo que le preocupaba: había tenido un encuentro aquel día, ¡y qué encuentro! en la calle Florida, en el sitio más frecuentado, cuando iba él más distraído; ¡cataplúm! la gente esa, la familia de Esteven, frente a frente, a pie, en la misma acera; la mamá y las dos niñas, tan esponjadas y orgullosas, que rebosaban de la acera.

Antes de ostentar pretensiones tan orgullosas, debieran considerar que distan mucho todavía de la verdad con respecto á Dios y al hombre, no solo tal como la ha enseñado en todos tiempos el cristianismo, sino como la han profesado los mas ilustres filósofos modernos.