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En las callejuelas cercanas bullían rameras de la más extremada abyección, juntas con negros, con marineros levantinos, con marroquíes é indostánicos, con vagabundos de todo el planeta. Pero la millonaria no conocía el miedo. Además, iba apoyada en el más fuerte de los brazos.

Junto á los trasatlánticos enormes balanceaban sus vergas las vetustas tartanas y algunos barcos griegos, pesados y de formas arcaicas, que hacían recordar las flotas descritas en la Ilíada. En sus muelles circulaban todos los hombres mediterráneos: helenos del continente y de las islas; levantinos de la costa de Asia; españoles, italianos, argelinos, marroquíes, egipcios.

La produccion de loza fina es considerable, y se hace notar bastante la de pieles curtidas, que imitan los bellos tafiletes y cueros marroquíes. Sevilla, como centro agrícola de la baja Andalucia, hace fuertes exportaciones de aceite y vinos, y centraliza grandes valores en granos y frutas de todas clases. No contábamos con mucho tiempo para hacer un estudio detenido de Sevilla.

Al cruzar por delante de ellas, como les daba la luna por la espalda, sólo percibíamos la silueta de sus hermosas cabezas desnudas o cubiertas por blanca toquilla; pero veíamos lucir, con vivo relampagueo, sus ojos negros, sus dientes blancos, marroquíes.

El vecindario vió escuadrones de spahis, de teatrales uniformes, montados en sus caballitos nerviosos y ligeros; tiradores marroquíes con turbantes amarillos; tiradores senegaleses de cara negra y gorro rojo; artilleros coloniales; cazadores de África.

«Sigue en tu sepulcro, intelectual peligroso», continuaba Desnoyers mentalmente. Los marroquíes feroces, los negros de mentalidad infantil, los indostánicos tétricos, le parecían más respetables que todas las togas de armiño que desfilaban orgullosas y guerreras por los claustros de las universidades alemanas. ¡Qué tranquilidad para el mundo si desapareciesen sus portadores!

El era el único transeunte: en las aceras vagaban perros y gatos abandonados. Sus recuerdos militares le enardecían como soplos de gloria. Yo he visto el paso de los marroquíes... He visto los zuavos en automóvil. La misma noche que Julio había salido para Burdeos, él vagó hasta el amanecer, siguiendo una línea de avenidas á través de medio París, desde el león de Belfort á la estación del Este.

Este personaje, que se había señalado mucho por su valor y pericia, como Gobernador de Tánger, en la guerra que de continuo sostenían los portugueses contra los marroquíes, iba como Virrey de la India con más sueldo y más amplias facultades que sus predecesores.

Humillado Portugal, vencido en Africa por los marroquíes, muerta allí la flor de su heroica nobleza y de sus valientes soldados, poco podía resistir a la ambición de un monarca que, para hacer valer su derecho hereditario, era señor de vastísimos reinos y provincias y estaba al frente de la nación española, preponderante entonces en Europa.

Desfilaba toda la variedad de uniformes de los ejércitos de la República: el azul horizonte de las tropas continentales, el color mostaza de las tropas marroquíes, la gorra de cuartel amarilla de la Legión Extranjera, el fez rojo de los argelinos y de los tiradores negros. Nadie estaba entero.