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Eres el soborno de la ley y la sustancia corrosiva del Código penal. Como sigas así, la curia, en vez de tomarte declaraciones, te las hará, y vas a pisar una alfombra de togas y a subir por una escalera de birretes.

Vio tribunales con hombres vestidos de negro, los ojos entornados y el gesto imponente, oyendo las miserias y locuras de sus semejantes, y tras ellos otros tantos esqueletos enormes, con una grandeza de siglos, envueltos en togas, eran los que movían las manos de los jueces cuando éstos escribían y los que soplando sobre sus cabezas les dictaban sus sentencias. ¡Los muertos juzgan!

Detrás de este escuadrón estudioso apareció la litera en forma de lechuza, dentro de la cual iba el ilustre Momaren. El profesor Flimnap marchaba junto á la portezuela de la derecha, conversando con su ilustre jefe, honor público gozado por primera vez, que le hacía caminar titubeante, con el rostro empalidecido por la emoción. Cerraban la marcha graves matronas universitarias, con togas negras.

En él estaban todo el alto clero, los cardenales con sus togas rojas, el «abogado del diablo» de terciopelo negro, los abades de conventos con sus pequeñas mitras, los mayordomos de fábrica de San Agrico, las sotanas violetas de la escolanía sin que faltaran numerosos individuos del bajo clero, los soldados del Papa de gran uniforme de gala, los ermitaños del monte Ventoso con sus caras feroces y el monacillo que los sigue tocando la campanilla, los hermanos disciplinantes desnudos de pecho y espalda, los floridos sacristanes con toga de jueces; todos, toditos, hasta los que hacen las aspersiones de agua bendita, y el que enciende y el que apaga los cirios... nadie faltaba al solemne acto... ¡Ah! ¡Era una hermosa ordenación!

Gloria de la virtud, pena del vicio Son sus acciones, dando al mundo en ellas De su alto ingenio, y su bondad indicio. En esto estaba, quando por las bellas Ventanas de jazmines y de rosas, Que amor estaba á lo que entiendo en ellas; Divisé seis personas religiosas Al parecer de honroso y grave aspeto, De luengas togas, limpias y pomposas.

Un día, en el Palacio de Justicia, había podido convencerse de esta animosidad general, que empujaba á su defendida hacia los fusiles de la ejecución. La mujer encargada de guardar las togas, verbosa comadre familiarizada con el trato de los abogados ilustres, le había hecho conocer sus opiniones rudamente.

«Sigue en tu sepulcro, intelectual peligroso», continuaba Desnoyers mentalmente. Los marroquíes feroces, los negros de mentalidad infantil, los indostánicos tétricos, le parecían más respetables que todas las togas de armiño que desfilaban orgullosas y guerreras por los claustros de las universidades alemanas. ¡Qué tranquilidad para el mundo si desapareciesen sus portadores!

Pánfilo, ya que los eternos dioses, Por el secreto fin de su juicio, No te han hecho tribuno ni patricio, Con que a la dignidad del César oses, Razón será que el ánimo reposes, Haciendo en ti oblación y sacrificio; Que dicen que no acudes a tu oficio Estos que cortan lo que no coses. Los ojos vuelve a tu primer estado: Las togas cose, y de vestillas deja; Que un plebeyo no aspira al consulado.