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Las Cortes Constituyentes eran un volcán, un respiradero del infierno para las negras sotanas que formaban corro en torno del periódico desplegado. Por cada satisfacción que les proporcionaba un discurso de Manterola, sufrían disgustos de muerte leyendo las palabras de los revolucionarios, que asestaban fuertes golpes al pasado.

Eran despojos de los establecimientos cuya basura recogía Polo, y que éste había ido almacenando durante años, sin saber ciertamente qué utilidad podía sacar de esta colección que era su lujo. El dormitorio no tenía otro respiradero que la puerta. El techo era tan bajo, que entre él y la cama sólo existía el espacio necesario para dormir tendido.

Y cuando choraban una pieza de tela, unas manzanas o un panecillo, volvían orgullosas a casa, diciendo a las vecinas: Hoy le he dao el jonjanó a un payo. Maltrana, al asomarse a la puerta de alguna de aquellas casuchas, blancas por fuera y negras por dentro, sin otro respiradero que la puerta, conocía el origen de sus habitantes sólo con ver mujeres en su interior o notar su ausencia.

Á mi me gusta, me gusta entrarme por las tabernas. ¡Vengan cañas de Sanlúcar! Mas apenas había salido de sus labios la última palabra de la copla cuando oyó un grito extraño que llegaba del fondo de la tierra por un respiradero que la empresa de las minas había abierto en el prado. Por cierto que el tal boquete le había valido á su abuela más de trescientos reales.

En este fugaz despertar, que era semejante a la rápida visión luminosa de un respiradero en la lobreguez de un túnel, reconocía junto a su cara las caras afligidas de la familia de Can Mallorquí.

No quisieron que expusiese su vida, pues sólo los mineros muy expertos eran capaces de bajar por los pozos. Alguien propuso avisar al capataz. Todos aprobaron la idea. Se le fué á buscar: se hallaba en la herrería, no lejos de allí. Vino en seguida; le acompañaron algunos mineros. Uno de ellos descendió por el respiradero. Hubo algunos minutos de silencio.

Me siento al mismo tiempo muy embarazada, porque he olvidado volver el pan á la canasta, como debe hacerse, cuando no se tiene hambre, y tengo miedo de ser castigada; pero al pasar por el patio voy á tratar de arrojarlo por el respiradero del sótano, sin que nadie me vea. Cómo, hermana mía respondí, sonrojándome ligeramente ¿vas á perder ese gran pedazo de pan?

Las losas der pavimento, dislocadas, dejaban entrever el agua negra. Sobre sus cabezas oían los expedicionarios el pisar de la gente, el batir del duro casco de las bestias. A veces se abría un respiradero, y al través de la reja de hierro filtrábase la luz del día, lívida y cadavérica, amarilleando la rojiza de las lámparas.

Algunas veces penetraba en el hueco de un tajo, pero se encontraba sin salida y volvía atrás y de nuevo seguía el curso de la mina. Al cabo volvió á percibir otro rayo de luz. Su corazón se dilató con la esperanza de hallar salida. Pronto se disipó no obstante: la luz procedía de otro respiradero. Sin embargo, al acercarse á él observó que era menos largo que los otros.

Se levantó haciendo un esfuerzo y quiso proseguir su marcha buscando la salida. Mas apenas había dado algunos pasos sus piernas se doblaron y no pudo seguir. Cayó desfallecida. Un sudor frío, el sudor de la agonía volvió á correr por su frente. Pero en aquel instante creyó oir una voz que llegaba á ella de la tierra por el respiradero.