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Cuando volvió al hotel de M. L'Ambert, estaba preocupado y daba muestras de una timidez excesiva, y tuvo que realizar sobre mismo un gran esfuerzo para decidirse a hablar. La medicina dijo al fin, no explica satisfactoriamente todos los fenómenos naturales, y vengo a someteros una teoría que carece de todo fundamento científico.

Cuando veas fulgurar mi espada en el solemne y loco desafío. Que así cubra mi frente la victoria como sobre la arena me desangre, ¡Si triunfo, para toda mi gloria! ¡Si caigo, para toda mi sangre! Yo he abierto mi puerta al mendigo y le he dado el dinero que tengo. El pobre es mi padre y mi amigo, y es pobre el hogar de que vengo.

Pues vuelve donde él y dile que, si no se allana a pagarte, voy yo mismo dentro de cinco minutos por mi plata. Fray Antolín regresó al portal, y al verlo don Marcos entrar por la puerta de la tienda, le dijo: ¿Vuelve usted a fastidiarme? Nada de eso, señor Guruceta. Vengo a decirle que dentro de pocos instantes estará aquí fray Venancio en persona a entenderse con usted.

Llegado que fue a casa del pintor franqueó la puerta dirigiéndose en derechura al taller donde encontró a Beatriz, presente su marido, ocupada en una labor de tapicería. Querido, vengo a darte un apretón de mano... porque no si volveré a verte antes de mi escapada a América... ¡Estoy tan ocupado!

El tratamiento, la burla que envolvía la pregunta y la presencia de las jóvenes, sobre todo, hirieron de tal modo á Soledad, que permaneció clavada al suelo sin acertar á responder. Vencida al cabo, en parte, su confusión por un supremo esfuerzo, dijo con voz apagada: Vengo á preguntarte si quieres que nos vayamos... Pronto serán las cinco... Usted se puede ir cuando guste.

¡Oh! yo le amo a usted como si fuera mi padre... ¡y cuánta generosidad, Dios mío! ¿Cómo no ha retrocedido usted ante la idea de que el mundo donde vive pretenda averiguar quién soy y de dónde vengo? Nada me importa eso: lo que me estremecía era que sin vocación...

Volvióse el joven, y vió un paje que traía ropa de mesa, terciada en un brazo, en la una mano algunos platos, y en la otra dos botellas asidas por el cuello. ¿Sois vos, señor, el sobrino del señor Francisco Montiño? dijo el paje. Ciertamente, yo soy. Pues bien, á vos vengo. ¿Y á qué venís? A serviros de cenar. ¡Ah!

El que se ha portado con un amigo que le abría con toda su confianza su corazón, como usted se ha portado conmigo, es el último de los miserables, señor de Sorege. He visto en el presidio de que vengo muchos malvados, pero ninguno tan perfecto como usted. ¡Eso es lo que usted quiere, un duelo conmigo, que le levante y que le lave! Se engaña usted. No busco tal duelo.

El acaso y el error. Celos, aun del aire, matan. Andrómeda y Perseo. El alcalde de Zalamea. La banda y la flor. Con quien vengo, vengo. El alcaide de mismo. El carro del cielo. De una causa dos efectos. Bien vengas, mal, si vienes solo. Certamen de amor y celos. Los cabellos de Absalón.

Y yo, María Ana, que la quiero á usted con un amor inextinguible, que se impone á la fealdad y á la vejez, yo, que he conquistado una fortuna y permanezco soltero porque de todas las mujeres que he conocido me separaba la imagen de usted y la seguridad de que algún día seríamos el uno del otro, vengo á ofrecerla á usted mi libertad. Nos casaremos, si usted quiere. Mi mano es ésta...