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Hay cosas que no pueden decirse murmuró Mathys , sobre todo cuando carecen de interés para aquella que... que desea conocerlas. ¿Entonces es un secreto? exclamó el aya . Un secreto entre vos y yo... ya. Pues bien, , es un secreto respondió Mathys . Mi honor, y, por consiguiente el vuestro, Marta, puede depender de la menor indiscreción a ese respecto.

Nadie más que nosotros... Pero no os comprendo dijo la condesa . ¡Estáis sombrío y espantado, como si vuestra condena resonara ya en vuestros oídos! ¡Os creía más valiente, Mathys! ¿Qué importa lo que ha sucedido? ¿Que Marta se pondrá, a propalar que Elena no es mi hija? Pues bien, yo sostendré que me calumnia, y en caso de necesidad la demandaré, para que repare ese ultraje a mi honor.

Trató de sonreír a la vez que balbucía un agradecimiento; pero, a pesar de sus esfuerzos, podía leerse en su fisonomía una inquietud cruel. Me imagino que teméis perder vuestro empleo después de la partida de Elena; estáis equivocada, Marta; he convenido con Mathys que permaneceréis en Orsdael hasta vuestro casamiento, y aun después, si así lo queréis. Me agradaría mucho que hicierais esto último.

Hablaremos más detenidamente de este asunto cuando volváis del convento, y estad seguro que os dejaré satisfecho, aunque tenga que daros otra vez mi firma. Id a descansar ahora, mi buen amigo; mañana tendréis que partir bastante temprano. Tomad esta lámpara. Que paséis buena noche. Dormid tranquilo, Mathys; vais a quedar sorprendido de mi generosidad. El intendente salió de la sala refunfuñando.

Juzgad por vos mismo, Mathys. Mientras estabais en viaje, la señora me hizo llamar. Me interrogó durante más de una hora para convencerse de que yo estaba dispuesta a asociarme a ella contra vos. Intentó volveros tan perverso y miserable ante mis ojos, que os hubiera tomado por un demonio si no os hubiera conocido. Me ha prometido una fortuna y una existencia feliz hasta el fin de mis días.

Que estoy decidida a regalaros ese molino, Mathys. El intendente lanzó un grito de alegre sorpresa, y tomó entre las suyas la mano de la condesa. ¡Ay, señora, qué generosa sois! dijo . Ahora ya no deploro todo lo que he hecho por vos. ¿Me dais entonces el molino de agua con la granja? ¿Irrevocablemente, en plena propiedad?

Corred, volad, es preciso que la señora se levante. ¡Puede que haya sucedido una desgracia! La sirvienta trajo dos llaves; sin escuchar lo que quería decirle de parte de la condesa, Mathys subió la escalera corriendo. Abrió la puerta del cuarto de Marta y echó una ojeada sobre el lecho. Estaba vacío. Pálido y trémulo, puso la llave en la cerradura, de la segunda puerta.

Es preciso que se marche del castillo, mi tranquilidad exige que se vaya; no quiero dejarme despreciar por alguien que, a no ser por , no hubiera puesto nunca los pies en Orsdael. ¿Y si su frialdad no fuera más que una simulación para ocultar un sentimiento que se reprocha a misma? ¡Un sentimiento que se reprocha a misma! repitió Mathys sorprendido . ¿Un sentimiento de amor? Así parece.

A la vez que refunfuñaba con singular vivacidad, abrió la puerta de la sala y, en vez de responder al saludo, al alegre saludo y las preguntas premiosas de la condesa, se dejó caer en una silla exhalando un suspiro. ¡Dios mío! ¿qué os pasa, mi buen Mathys? exclamó la condesa , ¡qué sudoroso y pálido estáis! Dejadme respirar, dejadme reponer del susto mortal que he sentido.

Disculpadme, señor intendente, es muy honroso para la mujer de un pobre guardabosque ir a la aldea así, en compañía de su amo, pero es preciso pasar allá por la pequeña huerta para comprar lino para la cortijera que me espera a las nueve. Está bien, Catalina, os doy los buenos días. Pasado mañana, el aya os hará saber que va a ser la esposa legítima de Mathys.