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Perdió, por lo tanto, la cocina de su majestad, cuya pérdida no se le indemnizó sino con dejarle un mechinal donde vivía en palacio y una mezquina pensión nominal, porque no se le pagaba. No le encerraron porque su locura era tranquila.

Después comenzó el peregrinaje por las oficinas en pos de la soñada patente, que era su riqueza futura, y al cabo de amargas andanzas se mofaron de él, de su invento y de su calva, y los ujieres le echaron al arroyo con vayas y sinrazones. En el café, en la calle, a solas con las fementidas tapias de su mechinal solitario, peroraba con esa exaltación de loco de los inventores.

Acaso he sido imprudente dijo el bufón estremeciéndose , acaso he sido injusto; ¡Dios mío! cuando se trata de ella me vuelvo loco. El tío Manolillo volvió á tomar en silencio el camino de su mechinal. Antes de llegar á su puerta se detuvo. Es necesario que yo vea dijo qué gentes andan por aquí esta noche.

Y el bufón se levantó y abrió la ventana de su mechinal. ¿Qué hacéis, hermano? cerrad, que corre ese vientecillo que afeita. Obscuro como boca de lobo dijo el bufón. ¿Y qué nos da de eso? Y lloviendo. Pero explicáos. ¿Queréis ver al ratón en la ratonera junto al queso? ¡Diablo! dijo Quevedo . ¿Y para qué? Y después de un momento de meditación, añadió: Si quiero. Pues quitáos los zapatos.

¿Y cómo olvidaros, si creo que por haberos tratado en mi niñez se me han pegado vuestras picardías? Yo no soy pícaro, y si lo soy, soy pícaro á sueldo. Tanto monta, que nadie hace picardías al aire. ¿Pero dónde vivís? Paréceme de que me lleváis por las escaleras de las cocinas. Así es la verdad, hermano Quevedo; he visto cuanto podía ver, y á mi mechinal me vuelvo. Pues sígoos. En buen hora sea.

Y en esas horas amargas, D. Amaranto llega a su mezquino mechinal, donde le aguarda su mujer, triste, enferma y mal vestida, y cuatro niñacos, como cuatro ruinas, en cuyos ojos candorosos, al mirar tan desolada pobreza, hay quizá un poco de recriminación hacia los que en un momento de lujuria ciega les trajeron a una vida tan sórdida, tan cruel y tan miserable. Nadie le pregunta nada.

Su palabra elocuente, un tanto enfática y voluptuosa, se apretaba, al salir, entre los dientes y los labios, al mismo tiempo que llevaba ambas manos al vientre y se contoneaba delante de las señoras como un palomo que corteja a la paloma dando vueltas en el borde del mechinal.

Enseguida se llevó ambas manos a la frente y se estremeció de nuevo, exclamando: ¡Dios mío, qué ideas me acometen de pronto, tan negras, tan raras!... ¡qué sobresaltos, qué visiones!... Estoy como en una pesadilla horrorosa... Mi pobre padre, tan tranquilo y descuidado en Peleches; yo, sin saberlo él, aquí ahora, de esta traza, en este mechinal... y un momento hace... ¡Dios eterno!... Leto... yo estoy viva de milagro... yo he debido de ahogarme hoy.

Mari Pepa esparcía en el suelo las colchas y pañolones que habían acopiado en el saqueo y andaban en confuso montón sobre las sillas; Lita escogía y combinaba colores y tamaños, y Pito Salces y yo, encaramados en muebles de la necesaria altura, clavábamos en las paredes, y tan arriba como nos era posible, con tachuelas, con puntas... hasta con clavos «trabaderos» y cuanto habíamos podido haber a las manos en una mechinal de la bodega en que acumulaba Chisco las reservas de esta especie, lo que la diligente y afanada nieta del gigantón de la Castañalera nos iba alargando con sus manitas primorosas, de lo desparramado por el suelo.