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Creía en Dios como en una persona excelente con quien se cumple de sobra, dejándole de cuando en cuando una tarjeta en el cancel de una iglesia; el hombre era para él un tubo digestivo muy bien dispuesto; la vida, una peregrinación, que, con la bolsa bien repleta y el estómago bien lleno, podía hacerse cómodamente; y el matrimonio, la fusión de dos rentas y la prolongación de una estirpe que había de llevar su ilustre nombre, ni más ni menos que llevan el suyo los toros de Veraguas o las yeguas de Mecklemburgo.

Al fin, extendiendo el brazo en forma académica hacia la puerta, exclamó con énfasis, como quien se encuentra ya en pleno discurso: ¡Cerrad ese cancel! Las puertas se cerraron lentamente, como si nadie las tocara. Los fieles se fueron acomodando en su sitio. Durante un rato se oyeron muchas toses.

Pero al atravesar el umbral de la casa de Dios, y detenerse entre la puerta y el cancel, y ver allá dentro, enfrente, las luces del baptisterio, una emoción religiosa, dulcísima, empapada de un misterio no exento de cierto terror vago, esfumada, ante la incertidumbre del porvenir, le había dominado hasta hacerle olvidarse de todos aquellos miserables que le rodeaban. Sólo veía a Dios y a su hijo.

Al volverme, mis ojos se fijaron en una puerta: era la puerta de una iglesia. Abiertas de par en par las hojas de madera chapeada, se veía el cancel de mugriento cuero, con dos puertecillas laterales. Una vieja, al salir, puso en movimiento las mohosas bisagras, y al ruido de la herrumbre, un sonido lastimero llegó a mis oídos, modulando aquella voz que a me había parecido mi nombre.

A un sacristán se le ocurrió abrir el cancel de la puerta de par en par y una multitud inquieta y estrepitosa, que no había madrugado a rezar la novena, fue penetrando en la vasta nave a escuchar la palabra del misionero que en aquel momento subía al púlpito con ademán recogido y fervoroso.

Entre el ábside donde residia el tribunal, y las naves, ocupadas por el pueblo que acudia á sus diferentes negocios, habia en las basílicas romanas un espacio privilegiado, separado del cuerpo de las naves por una balaustrada ó cancel, y reservado á los abogados y gente de la curia: este espacio, al convertirse la basílica en iglesia, se destinó á los cantores, y tomó el nombre de coro.

Isidora y el escribano entraban en un vestíbulo nada espacioso; salía a recibirlos un empleado con gorra galoneada, traspasaban un cancel de cristales, y volviendo un poco a la derecha, encaraban con una puerta de pesados cerrojos, sobre la cual se leía en letras negras la palabra Rastrillo.

Cruzaron el vestíbulo y abrió también la puerta cancel... Llegaron al zaguán... Ya estaban ante la puerta de la calle... Lita hizo un esfuerzo para abrirla... ¡Era un pestillo muy duro y bien cerrado!... Y sintió de pronto que le faltaba el apoyo de su madrina y cayó sobre el frío umbral de mármol...

El nuevo cristiano atravesó el cancel, penetró en la iglesia precedido del sacerdote, en brazos de Sebastián majestuoso. Llegó la comitiva al baptisterio. Los amigos rodeaban a los padrinos; viejas, pobres y chiquillos formaban corro, curioseando y en espera de la calderilla del bateo.

Un viejo de guedejas blancas cruza la iglesia agitando alunas llaves en manojo. Vámonos, cordera, que ya San Pedro anda tocando los fierros. Vámonos.... ¿No le acordó una resolución la Santísima Virgen? No. ¿Sigue batallando con sus dudas? ¡Ay, Jesús! Salen de la iglesia. En el cancel esperan las viudas de los náufragos para tratar del entierro con el señor abad.