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Intentó enternecer a la Mariposa hablándola de su futuro hijo, de aquel pequeñín, que sería como una extraordinaria prolongación de la existencia de la anciana. ¡Tendría un biznieto! Pocas mujeres lograban ver su descendencia hasta tal límite. ¿Y sería capaz de dejar en el abandono a la tierna criatura?... El instinto de la familia despertó en la avara.

La tía Mariposa sólo pensaba en su biznieto, de cuya salud hacía grandes elogios. Poco le importaba la suerte de la madre; toda su atención era para el pequeño. Isidro se quedó allí. ¿Adónde ir?... Su cobarde laxitud había llegado a los últimos límites de la indiferencia. Estaba atravesando el momento de las grandes renuncias a la vida.

Debía conocer á su nieta, la célebre bailarina. Iba á hacerle alguna pregunta sobre ella, cuando la vieja siguió hablando. Mi preferido fué siempre Alberto, un obrero aficionado á los libros. Yo, aunque deseo vivir independiente, iba todos los días á su casa, ayudaba á su mujer, jugaba con su hijo. ¡Un biznieto! Imagínese qué alegría, señor comisario. No todos llegan á ser bisabuelos.

En el fondo se entienden las dos perfectamente; pero mi madre tiene que reñir un poco, acusa a mi mujer de mandona y de que siempre quiere hacer su voluntad. Todos mis hijos han sido mecidos en los brazos de su abuela, y dentro de poco podrá mi madre mecer a su biznieto. Yo cada día me siento más indolente y más distraído.

que era su retrato: feo, con su misma fealdad y la de aquel pillete que estaba en la cárcel entre los rateros menores. La misma cabeza enorme, que parecía moldeada por las manos de la desgracia. La Mariposa se llevaba su biznieto. Nada de buscarle nodriza en las Carolinas.

Conocía a cierta mujer del barrio, que se había casado con un músico de regimiento, y ahora, retirado él del servicio, tenía una tiendecita junto a la carretera de Extremadura, en el cerro de los Corvos. Acababa de perder a un pequeño, y ella se encargaría de lactar al biznieto por poco dinero. La vieja, antes de marcharse, le habló de Feli. La había visto: estaba muy enferma.

Que haya unión de chino y europea ó viceversa, y de seguro los hijos son chinos; que la haya de india con chino y la prole es china y siempre china, no dándose ni aun el caso del salto atrás, pues tan chino es el biznieto de chino como el tataranieto, por más que este nazca en Europa y no se conozca en la familia el más leve recuerdo del Celeste Imperio.

Y la vieja, con la inquietud del miedo, temiendo que le arrebatasen aquellas riquezas, a las que amaba como su propia vida, desapareció en el túnel oprimiendo entre sus brazos el blanco envoltorio. Se había despedido de Isidro apresuradamente. ¡Que le trajese el biznieto apenas naciera! Se contentaba con verlo una vez, y luego morir, dejándole sus riquezas.

Esto sólo se reúne teniendo buena parroquia, trabajando años y años con los ojos bien abiertos para que nada se escape. Cuando mi biznieto sea mayor, venderemos la diadema, las pulseras, el alfiler de pecho con esos diamantes como garbanzos que quitan la luz de los ojos. Alégrate, Isidrín; no te engañaron: tu abuela es rica, tiene su tesoro; pero solo debes saberlo, pues será para ti.

Sólo pensó en ir a las Carolinas para dar la noticia a su abuela. ¿Qué iba a hacer él con el chiquillo? La señora Eusebia se encargaría de cuidarle. Y la abuela, conmovida por el suceso, bajó a Madrid para recoger a su biznieto, acompañada de otra mujer. Isidro fue con ellas hasta San Carlos, pero no quiso pasar de la puerta. Lo dominaba el egoísmo de su cobardía.