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Sólo pensó en ir a las Carolinas para dar la noticia a su abuela. ¿Qué iba a hacer él con el chiquillo? La señora Eusebia se encargaría de cuidarle. Y la abuela, conmovida por el suceso, bajó a Madrid para recoger a su biznieto, acompañada de otra mujer. Isidro fue con ellas hasta San Carlos, pero no quiso pasar de la puerta. Lo dominaba el egoísmo de su cobardía.

Aburríale en extremo ver que su mujer, por altos decretos señalada para cuidarle a él, se sustrajese en tal manera a su providencial misión, consagrando días y noches a una extraña, atacada de un mal penoso a la vista y quizá contagioso.

Aquí son los padres muertos que dejan una familia que criar; allí unos padres pobres o enfermos a quienes hay que atender o cuidar... Se puede una quedar al lado de un hermano soltero para cuidarle la casa... Un hermano que se queda viudo necesita a su hermana para vigilar a los pequeños, dirigir a los mayores y ser una madre para todos... Un hermano sacerdote nos reclama... Una hermana enferma nos absorbe... Y luego, fuera de la familia, se encuentran nobles causas de abnegación...

El P. Enrique se instaló muy cómoda y holgadamente en casa de los Marqueses de Villafría, donde Tomás se ofreció para cuidarle; pero el P. Enrique traía consigo un criado chino, llamado Ramón, que le cuidaba con el mayor esmero. Vida del Padre en el lugar

Este estudiante ocupaba en aquella casa, para solo, dos habitaciones lujosamente amuebladas, tenía criado y cochero para cuidarle su araña y sus caballos. Era de gallardo continente, maneras finas, elegante, y riquísimo.

Una marquesa con dejo gallego o catalán, andaluz o madrileño, les resultaba inadmisible, como si las marquesas no nacieran en ninguna parte. Y la pobrecita muda no podría romper a hablar hasta que hubiera desnaturalizado su voz por completo y lograra expresarse como un fonógrafo. Mientras tanto, su madre le cuidaba el acento lo mismo que pudiera cuidarle una enfermedad del hígado.

¡Pero, caballero!... Señor cura, acabemos. Don Santos está dispuesto a morir sin confesar ni comulgar, no reconoce la religión de sus mayores. Estas son sus condiciones irrevocables; pues bien, a ese precio ¿consienten ustedes en asistirle, cuidarle, darle el alimento y las medicinas que necesita?

La emulación o la manía imitativa eran lo que determinaba la idea de que si su marido se ponía muy malo, muy malo, ella sería la maravilla del mundo por el esmero en asistirle y cuidarle. Mas para que el triunfo fuese completo era menester que a Maxi le entrase una enfermedad asquerosa, repugnante y pestífera, de esas que ahuyentan hasta a los más allegados.

Aquí tenía a mi antigua nodriza para ayudarme a cuidarle, y además... ¿Creías que yo atravesaría todos los días a nado este brazo de mar, como atravesaba el Helesponto el bello Leandro? Te burlas, pero el respirar el mismo aire que , era también la dicha...

Hay que tratarle como a los chiquillos». «Pero mujer, te marchas y me dejas así... ¡qué alma tienes! gritó el Delfín cuando vio entrar a su esposa . Vaya una manera de cuidarle a uno. Nada... Lo mismo que a un perro». Hijo de mi alma, si te dejé con Plácido y tu mamá... Perdóname, ya estoy aquí.