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Silbaban y aplaudían viendo el cabeceo de los santos, mientras algunas mujeres, con arrojo de mártires, insultaban á los impíos, amenazándoles con las manos crispadas.

Yo dispararé dijo la muchacha. Se volvieron a hacer frente, porque los hombres de la partida se iban acercando. Silbaban las balas. Se veía una nubecilla blanca y pasaba al mismo tiempo una bala por encima de las cabezas de los fugitivos. El extranjero, la señorita y Martín se guarecieron cada uno detrás de un árbol y se repartieron los cartuchos.

En efecto; en el sitio donde torcía la calle, frente a la taberna de Los tres pichones, avanzaba en medio de un corro de muchachos que silbaban, saltaban y gritaban «¡El Rey de Bastos! ¡El Rey de Bastos!», , avanzaba, repito, el más extraño personaje que es posible imaginar: figuraos un hombre de barba y cabellos rojos, el rostro grave, la mirada sombría, la nariz recta, las cejas juntas en medio de la frente, con un círculo de hojalata en la cabeza, con una piel de perro de ganado, de color gris acero y largos pelos, puesta sobre la espalda y las dos patas de delante atadas alrededor del cuello; el pecho cubierto de crucecillas de cobre falso; las piernas vestidas con una especie de calzón de lienzo gris, atado por encima del tobillo, y los pies desnudos.

Amenazábanos la lluvia, caían gruesas gotas, y en el bosque cercano resonaban las arboledas como al paso de impetuoso viento. Silbaban las serpientes entre los matorrales del camino, zumbaban mil insectos entre las hierbas, y el ruido del aguacero se aproximaba rápido y pavoroso. Los árboles me parecían espectros; las luces de las chozas cirios que ardían delante de un cadáver. Ibamos al trote.

Gobernador, alcaldes, concejales, inspectores y guindillas, tuvieron que huir vergonzosamente ante las amazonas del Manzanares. Apaleaban a los agentes, herían a los guardias, silbaban a los clérigos, ordenaban cierre de tiendas, y recorrían la capital en son de guerra, gritando: «¡Muera el alcalde! ¡Abajo los ladronesEn la calle de Atocha sufrieron una carga de caballería.

Silbaban los insectos nocturnos en lo más escondido de los follajes; los floripondios, mecidos por el viento, columpiaban pesadamente sus campanas de raso; el «huele de noche» no tenía aromas, y el agua corría silenciosa por el sumidero del pilón. De pronto arreció el viento, me estremecí de frío, y cerré los ojos. No cuánto tiempo estuve así, adormecido, abrumado de pesar.

Una imagen de la Virgen de Begoña, arrancada de su hornacina, era la que más llamaba la atención. ¡Ella tenía la culpa de todo!... Y la silbaban é insultaban mientras la imagen descendía tendida de espaldas, mostrando á flor de agua su vientre dorado y su carita de muñeca sagrada. Un gabarrero, cruzando la ría en su barcaza, avanzó hacia la imagen como si quisiera cortarla el paso.

Silbaban los guijarros entre las ramas, haciendo caer una lluvia de hojas y rebotando contra troncos y ribazos; los perros barraqueros salían con ladridos feroces, atraídos por el estrépito de la lucha, y las mujeres, en las puertas de sus casas, levantaban los brazos al cielo, gritando indignadas: ¡Condenats! ¡Dimònis!...

Si surgía una huelga, apedreaban los conventos de la Orden; si al ir en manifestación por la calle veían á un cura, lo silbaban y lo perseguían; en sus mitins, cuando querían insultar á uno de sus opresores, le llamaban jesuíta. ¿Qué daño podían hacer los Padres á toda aquella gente que pedía aumento de jornal ó menos horas de trabajo?

Entre tanto, los Franceses cantaban ó silbaban, hacían todo el ruido posible, mezclándose en los corrillos con una jovialidad especial y burlona; ó en los ratos de fastidio se entregaban á la lectura voluptuosa de novelas y relaciones de viajes, prefiriendo sobre todo las obras de Balzac. El Frances es el hombre del mundo que mas lee, sin contar con que es el que mas canta y rie.