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Una antecámara alhajada de tal modo, era un deslumbrante prólogo que hacía presentir verdaderas maravillas en las habitaciones principales. ¡He aquí, he aquí el sumidero de España! murmuró entre su embozo Quevedo ; ¡ah don ladrón ministro! ¡ah sanguijuela rabiosa! ¡Tántalo de oro! ¡chupador eterno! ¡para qué se han hecho los dogales! Y adelantó.

Andarines terribles, cazadores del Monte Perdido y desenfrenados pescadores, recorrían en barquichuelos su caprichoso mar, el golfo ó sumidero de Gascuña, dedicándose á la pesca del atún. Notaron aquellos intrépidos navegantes que las ballenas retozaban, y comenzaron á perseguirlas, lo mismo que se encarnizan detrás de la gamuza en los barrancos, los abismos y los más espantosos resbaladeros.

La fatalidad hace que no pueda subir por el cañón, habiendo sido tan fácil la bajada; y mientras forcejea trabajosamente para ascender, resbala y cae al sótano, y de allí, sin saber cómo, á un sumidero, yendo á parar á la alcantarilla, donde se ahoga como una rata. La ronda le encuentra al día siguiente, y le llevan, en los carros de la basura, al cementerio.

Al fin, pues, interes les fuerza tanto En la Asumpcion sin plata ni dinero, Que su placer se vuelve en triste llanto, Los cuellos entregando al carnicero. Pensaron de salir de un gran quebranto, Y dieron en un hondo sumidero: Como verá cualquiera que esté atento, A la historia presente que yo cuento.

Era prolijo en las descripciones, deteniéndose más cuando el objeto reproducido estaba lleno de telarañas, habitado por las chinches ó colonizado por la ilustre familia de las ratas, y su estilo tenía un desaliño sublime, remedio fiel del desorden de la tempestad. ¿Será preciso decir que usaba de mano maestra los más negros colores, y que sus personajes, sin excepción, morían ahogados en algún sumidero, asfixiados en laguna pestilencial, ó asesinados con hacha, sierra ú otra herramienta estrambótica?

Silbaban los insectos nocturnos en lo más escondido de los follajes; los floripondios, mecidos por el viento, columpiaban pesadamente sus campanas de raso; el «huele de noche» no tenía aromas, y el agua corría silenciosa por el sumidero del pilón. De pronto arreció el viento, me estremecí de frío, y cerré los ojos. No cuánto tiempo estuve así, adormecido, abrumado de pesar.

Eran los restos del primer día de Carnaval, el confetti y las cintas de papel recogidos por la mañana en los paseos de Madrid; el residuo de la alegría de todo un pueblo, que se mezclaba en tal sumidero con los restos de su comida y sus ropas.

No quise recogerme sin escribir antes a Linilla. Todo reposaba en torno mío. Por la ventana, abierta de par en par, entraban los aromas del jardín; el agua corría silenciosa por el sumidero del pilón, y de cuando en cuando, anunciador de la estación florida, preludiaba un jilguero su amorosa serenata.

Si de los cuatro siglos que hace que poseemos á Cuba hubiéramos sacado de ella y enviado á España durante cuarenta años siquiera, á diez años por siglo, la mitad no más de lo que anualmente robamos á Cuba, ó sean veinticinco millones de pesos fuertes y esto sin contar las remesas misteriosas é infinitas que hacen los peninsulares, tendríamos que, en poco tiempo, habrían ingresado de Cuba en España nada menos que mil millones de pesos fuertes. ¿En qué Pozo Airón, en qué sumidero, en qué insondable abismo ha venido á precipitarse y á hundirse este Misisipí, este Amazonas de oro? ¿Dónde están los palacios, las soberbias quintas, los hadados jardines, el lujo sardanapálico y los sibaríticos deleites de los peninsulares que trajeron de Cuba todo ese dinero? ¿Dónde están los templos, los obeliscos y las pirámides que hemos levantado con el áureo vellocino de nuestra Colcos?

El agua corría dulcemente por el sumidero del pilón, y en la espesura del jardincillo el «huele de noche» embalsamaba el espacio con el penetrante aroma de sus flores tardías. Al pie de los muros y en torno de la fuente las últimas maravillas prodigaban, como en las noches otoñales, la esencia suavísima de sus caducas corolas.