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He aquí, tirano, el enemigo que sofocaste entre nosotros. He aquí el vellocino de oro que tratamos de conquistar. He aquí cómo la Prensa de Francia, Inglaterra, Brasil, Montevideo, Chile y Corrientes, va a turbar tu sueño en medio del silencio sepulcral de tus víctimas; he aquí que te has visto compelido a robar el don de lenguas para paliar el mal, don que sólo fué dado para predicar el bien.

Venus no surgía ya del seno de las ondas salobres, ni las Nereidas, abandonando sus alcázares submarinos, venían a consolar a Aquiles por la muerte del amigo, ni aparecían en limpia y hermosa desnudez ante los ojos mortales de Jasón y de sus compañeros que iban a conquistar el Vellocino. Los oráculos callaban; cesaban los milagros.

Habiendo tenido la suerte de encontrar la famosa gran fortuna en las lindas manos de miss Maud Watkinson, empleó sabias maniobras para poner constantemente a su protegido frente a la joven heredera. De acuerdo con la madre de Huberto, ponderaba, delante de él, a los jóvenes argonautas modernos que saben conquistar el Vellocino de Oro.

Y existe una leyenda cruel y sarcástica desde Cervantes hasta hoy. Se dice que el insigne manco no cenó cuando terminó el Quijote, y se cree que es muy gracioso que los literatos no almuercen nunca. Parece muy literario, muy de leyenda eso de las hambres artísticas. Por eso los aprendices de literato se lanzan a la Puerta del Sol, intrépidos argonautas del vellocino de cobre.

De que Mercurio y Argos tengan el carácter heroico y grandioso que su naturaleza sobrehumana y poética debiera infundirles, no se ha cuidado el artista en lo más mínimo: antes al contrario, parece que ha puesto empeño en rebajarles, no sólo a la condición de simples mortales, sino de hombres bajos y ordinarios; el guardián del vellocino de oro, tiene trazas y se ha dormido en postura propia del más zafio lugareño; el mensajero de los dioses viene a robarle sin gallardía, como un rateruelo vulgar.

A los catorce años emigraba de Albany, su ciudad natal, para California, en busca de mejor fortuna. Era en la época de la fiebre del oro, y una verdadera corriente humana se precipitaba en los valles de este territorio en busca de Eldorado con su relativo Pactolo. Era por lo general la hez del mundo esta que iba a la conquista del Vellocino.

Agradábanle, por tanto, más que ningunas otras, las comedias que se prestaban á hacer alarde de notable aparato escénico, y no faltaron poetas, que las compusiesen acomodadas á su objeto. Accediendo á los deseos del rey, escribió también Lope algunas de esta especie, como La selva sin amor, El vellocino de oro, Adonis y Venus y El laberinto de Creta.

Tales son La fábula de Perseo, Las mujeres sin hombres, El laberinto de Creta, Adonis y Venus y El vellocino de oro. Por lo demás, en todas ellas el asunto mitológico se transforma en romántico, de la misma suerte que sucedió más tarde en las conocidas de Calderón de igual índole. Comedias caballerescas. Castelvines y Monteses. El nuevo Pitágoras.

Porque las rúas de la corte son mares procelosos por donde bogan estos navegantes en busca del vellocino, que suele hallarse en la gaveta de algún amigo ingenuo y sentimental.

Del mas gallardo, y mas vistoso estremo De quantos las espaldas de Neptuno Oprimieron jamas, ni mas supremo. Qual este nunca vió bagel alguno El mar, ni pudo verse en el armada, Que destruyó la vengativa Juno. No fué del Vellocino á la jornada Argos tan bien compuesta y tan pomposa, Ni de tantas riquezas adornada.