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Y se llevó heroicamente otra vez a la boca la varilla de bronce. Era inminente salvarla. El orgullo, sólo él, la precipitaba de nuevo a aquel infernal humo con gusto a sal de Chantaud, el mismo orgullo que me había hecho alabarle la nausebunda fogata. ¡Psht! dije bruscamente, prestando oído; me parece el gargantilla del otro día... debe de tener nido aquí...

Contemplaba las laderas de la montaña iluminada como por luces de bengala, y casi entre sueños oía a su lado el murmullo discreto del manantial y de la corriente que se precipitaba a refrescar los prados.

Impelió, pues, el bote hasta el medio de la corriente; luego lo dejó arrastrar por ella durante un momento; pero no tardó en fijarse de que en la cercanía de la cascada, el río, como atraído por el abismo y arrebatado por el vértigo, precipitaba su curso con aterradora rapidez; tuvimos la revelación del peligro al verlo poner repentinamente el bote de través y comenzar á agitar los remos con febril energía.

Los tres quedaron en extática admiración ante la lámina que representaba la loca carrera de los jinetes apocalípticos. El cuádruple azote se precipitaba con un impulso arrollador sobre sus monturas fantásticas, aplastando á la humanidad loca de espanto.

Seguido siempre y nunca alcanzado, pero tampoco en salvo, se precipitaba en la iglesia, subía por las paredes, bajaba por los empolvados altares, y la plebe subía y bajaba con él. Se metía al fin entre las hojas de los misales, como una cinta de marcar, y allí, en aquel doblez seguro, le seguían también las manos armadas de puñales. Las navajas brillaban entre las doradas letras.

Flora gritaba y quería arrojarse igualmente, pero el barquero la retuvo. La corriente en aquel sitio, aunque viva, no era impetuosa. Nolo nadaba con todas sus fuerzas para alcanzar á su amada antes que llegase al sitio donde el río se precipitaba en torbellino semejante á una cascada.

No me podía detener a contestar sus majaderías, porque un pensamiento fijo me atormentaba, y dirigida mi voluntad a un punto invariable con arrebatadora fuerza; nada podía apartarme de aquella corriente por donde se precipitaba impetuosamente todo mi ser.

Una masa enorme de cuerpos humanos se precipitaba por las rocas con velocidad vertiginosa: eran ciento, doscientos, cuatrocientos; porque parecía que no acababan nunca.

El piar de pájaros también se precipitaba en aquel sombrío confín, y los chillidos con que Juan Evaristo pedía su biberón.

A los catorce años emigraba de Albany, su ciudad natal, para California, en busca de mejor fortuna. Era en la época de la fiebre del oro, y una verdadera corriente humana se precipitaba en los valles de este territorio en busca de Eldorado con su relativo Pactolo. Era por lo general la hez del mundo esta que iba a la conquista del Vellocino.