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Esperaron hasta el sábado, víspera de la Santísima Trinidad, en que vino el principal que faltaba, y era chupador y hechicero. Entró dando gritos en su pueblo y plaza, diciendo que él era dios de aquellas tierras y pueblo y que fuesen los Padres donde él estaba.

Una antecámara alhajada de tal modo, era un deslumbrante prólogo que hacía presentir verdaderas maravillas en las habitaciones principales. ¡He aquí, he aquí el sumidero de España! murmuró entre su embozo Quevedo ; ¡ah don ladrón ministro! ¡ah sanguijuela rabiosa! ¡Tántalo de oro! ¡chupador eterno! ¡para qué se han hecho los dogales! Y adelantó.

En la mano derecha tiene un chupador de plata, y en la izquierda una manzana . Beruete, de quien tomamos estos datos, dice que, durante algún tiempo, se atribuyó el cuadro al Corregio, suponiendo que el retratado era un príncipe de Parma; pero hoy dos ilustres críticos, Justi y Armstrong, el segundo con ciertas reservas, reconocen en él la mano de Velázquez.

Debo confesar que, desde el principio, desde la aparición de la vida, apareció la muerte violenta, depuración rápida, útil purificación, pero cruel, de cuanto languidecía, se arrastraba ó hubiera languidecido, de la creación lenta y débil, cuya fecundidad habría llenado el globo. En los terrenos más antiguos se encuentran dos animales homicidas, el Tragón y el Chupador.

Por otro lado, la misma fuerza, desarrollando el molusco en miembros articulados, que cada uno de ellos fabricó su concha, endureciendo ese ser encostrado, le dió consistencia, sobre todo en las pinzas y en las mandíbulas, para morder y triturar los objetos más duros. En este capítulo sólo hablaremos del primero. El chupador del mundo blando, gelatinoso, lo es él mismo.

El primero es chupar los cuerpos enfermos, oficio propio de sus caciques y capitanes, que en su idioma llaman Iriabós, los cuales con este oficio se hacen mucho lugar entre los naturales, con harta ganancia, porque en vez de guisar la gallina y las otras viandas más exquisitas para el enfermo, se lo come todo el chupador, y al enfermo no le dan sino la ordinaria vianda de un puñado de maíz bien mal cocido; y si no lo quieren comer, no les da mucho cuidado, contentos con la respuesta del enfermo: ¿cómo he de comer si no tengo gana?